Es una pregunta
recurrente en este tiempo, nos venimos preguntando cómo es que el espacio de
Milei convocó tantxs jóvenes y hasta hemos escuchado discursos diciendo que
éstos fueron los responsables de tener el delirio de presidente que
tenemos.
Por Lucía Natividad Díaz*
Algo de lo que noto y
que vinculo directamente es que sobre todo en épocas de crisis solemos atacar a
la juventud y la criminalizamos como responsables del presente pero sobre todo
del futuro. Nos problematizamos por este grupo cuando los adultos no pueden
darle explicación a la realidad que se vive y les exigimos a ellxs una
respuesta. Encuentro en los gestos sociales, es decir en las construcciones
significativas y simbólicas algunas cuestiones similares de lo que fue mi
propia adolescencia, es decir, el estigma.
Ahí por los 2000 donde nos decían de manera cotidiana que éramos una
generación perdida. Pero ¿cuál era nuestro entorno? ¿Qué nos ofrecía la sociedad adulta? No podíamos acceder al trabajo, consumíamos el primer gran hermano,
usábamos tiro bajo de pantalones, la anorexia se militaba en las revistas de
moda, la cumbia villera, el plástico a full, por suerte el rock todavía no
había muerto.
Una crisis económica brutal y un descreimiento en la transformación
política.
Ese era nuestro panorama para formarnos y la frase que rondaba en nuestros
oídos y nos caía como martillazos en la cabeza era que éramos una “generación
perdida”, nos anticipaban el fracaso de nuestra adultez antes de alcanzarla. Me
acuerdo muy bien porque lo discutía, me obsesionaba, me lastimaba que me
marcaran de esa manera.
Pienso que esos adultos poco sabían de mis compañerxs de secundaria que
sufrieron tanto. Éramos de Ezpeleta, del conurbano, nuestra generación no le
importaba a nadie y menos nuestro entorno. Unos negritos que no podían siquiera
soñar con ir a la facultad, yo tenía suerte yo estaba formada políticamente en
casa. Yo tenía biblioteca y comida todos los días, mis compañeros no.
Pero éramos, para la sociedad, los
delincuentes de la esquina, los del polimodal que no aprendían y muchos otros
calificativos. Nos lo repetían lxs profesores, los medios de comunicación, la
sociedad.
Hoy, son la revolución de derecha, los
que están encerrados en las redes sociales, los sin consciencia de clase,
también los que no saben, los individualistas, los de gorrita, también lxs
chorrxs. No logramos interpretarlos, no los entendemos, realmente eso siempre
es así. Los adultos nunca entienden a lxs jóvenes.
Pienso que lo primero que debería cambiar para poder entender mejor la
situación es retirar el dedo acusador para suplantarlo por el cuestionamiento
necesario de la oferta (tanto que hablamos de oferta y demanda ahora) que les
hicimos durante por lo menos 12 años. No solo en términos económicos, sino en
términos culturales y sociales, en ¿qué momento los colocamos como
protagonistas? como para ir a exigirles o echarles la culpa del presidente que
tenemos. La pregunta tendría que ser doble, ¿por qué los interpeló
la propuesta de Milei y qué no ofrecimos nosotros?
Lo primero que hay que entender es que la
adolescencia es contrahegemónica, y es lógico, porque discute con la
realidad impuesta. Y si bien estos adolescentes, por lo menos, vivieron 8 años
de malestar, me interesa focalizar el análisis en el gobierno de Alberto
Fernández, el del Frente de Todxs.
Tenemos, a mi entender, varios puntos a analizar. Uno
de ellos es la ruptura entre el decir y el hacer. Discursivamente el gobierno
del Frente de Todxs vino a ser mejores, levantó las banderas de la democracia,
de los derechos humanos, de la justicia social, de la independencia económica y
la soberanía política, del Estado presente, de la salud y la educación pública,
gratuita y de calidad. Sin embargo, se avaló la deuda con el FMI, quedó un 40%
de pobres, un Estado que intentó reconstruirse luego del desmadre que dejo
Macri, pero que no alcanzó a ser lo suficientemente eficiente. Los hospitales
no daban y no dan abasto para la atención. No se logró estabilidad económica.
Se defendieron los comedores pero no se buscaron soluciones para que todas las
personas coman dignamente en su casa. No alcanzaron las políticas que se
tomaron y el presidente de ese momento, Alberto Fernández, que se la daba de
dialoguista, no dialogó ni con sus funcionarios y menos con sus compañerxs del
FDT. Es bastante sencillo: no hubo un mensaje coherente. Fuimos a una crisis
simbólica, porque nombrar sin profundidad implica vaciar de significación la
palabra. Y por otro lado no hubo acción concreta que se interpretara como
bienestar.
Después de una gestión, que por supuesto fue mil veces mejor que lo que
conocimos hasta ahora de la gestión de Milei, llevamos una discusión
conservadora a las urnas: “No perdamos lo que tenemos porque lo nuevo puede ser
peor”. Pero la juventud tiene la frescura, las ganas de transformar y el
impulso de querer comerse el mundo.
Otro de los conflictos fue la pandemia, que claro, nos alcanzó a todxs.
Pero hubo una gran pérdida para lxs adolescentes, para lxs púberes, para lxs
jóvenes. Ellxs sobre todo fueron quienes perdieron el trabajo, perdieron la
socialización, se los estigmatizó por no comprender la necesidad del encierro.
Se enfrentaron a la mutación del sistema educativo para luego volver a las
viejas prácticas escolares. No logramos ofrecer un sistema de salud mental que
acompañe a quienes están con ansiedad y depresión, conflicto que aumentó en la
pandemia y que es agenda de las juventudes.
El problema de la
reivindicación de una bandera sin correlato en la acción, o una acción a
medias, es que no se recibe o interpreta el mensaje de manera coherente. Hay una
interrupción, un ruido en eso que percibimos. Desde ese lugar, es lógico que lxs pibes cuestionen por
ejemplo la idea de Justicia Social o del Estado, porque para ellxs son
conceptos vacíos. Y llegan a una conclusión lógica ¿Por qué no cambiamos si
evidentemente esto no alcanza? Lo que decimos se tiene que reforzar con lo que
hacemos como en una obra de teatro realista ¿para qué? Para que sea creíble,
para que los espectadores se sientan parte y creen también esa verdad que está
sucediendo.
En la década ganada se volvió a la política porque las acciones de los
políticos, de Néstor, hablaron más que cualquier discurso. Se bajaron los
cuadros de los dictadores, fue un hecho concreto. Los jóvenes nos volcamos al
peronismo y se volvió a creer porque vimos transformar nuestra patria, porque
alguien pudo interpretar el malestar, pero sobre todo porque transformó la
realidad que nos rodeaba, porque podíamos proyectar a futuro.
De alguna manera vuelvo a retomar, la juventud es contrahegemónica, discute
con lo que se repite y la verdad es que no hubo una realidad superadora que los
jóvenes puedan abrazar, más bien por el contrario.
Considero que si queremos que lxs jóvenes sean los que toman la bandera transformadora, que tomen el bastón de mariscal, que encuentren formas transformadoras del futuro, que puedan crear una patria más justa, tenemos que repensar y construir una nueva realidad, nuevas opciones.
Que nuestras
propuestas no sean conservar lo menos peor sino atacar la real hegemonía del
poder. Ofrecer cambios reales y concretos, que no sean tan fácilmente
desarmables. Debemos colocarnos en el lugar de los jóvenes, escucharlos, recuperar nuestras
ganas de sacudir las estructuras, de cambiarlas, de mejorarlas, para que seamos
partícipes, ellxs y nosotrxs de una real transformación social, dispuestos a
construir nuevas y mejores realidades.
*Lucía Natividad Díaz.
Actriz, estudiante de la Lic. Artes UNSAM, militante política y feminista