Escribe Carlos A Villalba
Quienes tuvieron ese dato supieron que “algo” estaba pasando. Y eso “extraño” se desplegó el domingo siguiente a partir de las 21, cuando el 7 de cada 10 telespectadores y millones de personas adheridas a las redes sociales de sus telefonitos, vieron cómo la candidatura de una supuesta “libertad” que “avanza” se caía a pedazos, víctima de los massazos de un ministro de Economía, vestido con traje y certezas presidenciales, y del serrucho del propio Milei, aferrado a un atril de alumnito vapuleado, contenido por el esfuerzo más químico que humano de no mostrar quien realmente es, un estallido de violencia sin razón y sin razones.
Aquel recorrido por la Facultad de Derecho de la
Universidad Nacional de Buenos Aires de la primera dama libertaria arrastraba
dos preocupaciones. Por un lado el temor al descontrol del hermano, muy
especialmente al recorrido que podía hacer Massa (igual que él) sobre el
escenario, con la posibilidad de que lo desconcentren, como lo hicieron las
“voces” del piso de un canal que lo entrevista “a favor” o las supuestas
“toses” massistas sinfónicamente orquestadas en el cierre del debate. Por
otro, y más grave, la tensión extrema en la relación con Mauricio Macri, que se
tiró encima de su derrota en la primera vuelta de octubre para controlar el
espacio que su pobre sucedánea electoral había perdido, imponiendo políticas,
prohibiendo mensajes y vocerías.
Jefe tóxico al fin, hoy hasta analiza la posibilidad
de generar un gambito institucional y desplazar al economista por la
prodictatorial Victoria Villarruel… demasiado para un solo corazón, o dos, como
los de la hermandad Milei.
Cuerdas salvadoras
Las características de Massa, positivas para las
circunstancias, ya las adelantó este cronista. A su capacidad y su preparación
de toda una vida para llegar al puesto que, esta semana, parece tener muy al
alcance de la mano, le sumó un análisis detallado de todas las debilidades que
implican portar el doble sombrero de ministro inflacionario y candidato del
“cambio de rumbo”, preparó respuestas para cada dardo que pudiese salir de ese
Milei belicoso… que faltó a la cita; analizó punto a punto las cuestiones que
más pueden molestar a ese electorado que está tan distante del peronismo como
de la “inestabilidad” del rival: “Javier, esto no es Macri o Cristina, es entre
vos o yo”, frase repetida un par de veces, que fue la música que
depositó en los oídos antikirchneristas.
La estocada de la imposibilidad del, a esa altura ya
“muchachito” de melena revuelta, sonrisa dura y mirada lacerante, de
querer trabajar en el Banco Central y no dar la talla, lo hizo trastabillar.
Dio hasta para el sarcasmo casi psicoanalítico de que ahí puede estar la razón
de empecinarse en cerrar la institución monetaria argentina. Tirarle la sigla
“GDE” pareció casi un exceso, Massa le hablaba del sistema de Gestión
Documental Electrónica del sector público nacional, que utiliza la
administración pública (que un Presidente comanda), para la “caratulación,
numeración, seguimiento y registración de movimientos de todas las actuaciones
y expedientes”.
Si en lugar de ser el patíbulo en que se había
convertido el escenario, hubiese sido un ring, seguramente una toalla hubiese
surcado el espacio de la derrota. Pero no, como tampoco flameó cuando el
candidato oficialista, en referencia a las formas de enfrentar al narcotráfico,
le refregó que su “nueva compañera”, Patricia Bullrich, quitó el sistema de
inhibidores en las cárceles y “perjudicó todo el seguimiento y control de
´Los Monos´ en Santa Fe» y se calló; distraído, o sin idea sobre la papa
caliente que acababa de recibir, Milei quedó en pausa, desconcertado y devolvió
la palabra.
Campana final
Los debates ni terminan cuando dejan de discutir, ni transfieren a votos mecánicos a los contrincantes.
Desde hace años, en la
Argentina se consolidó un Sistema de Medios de Propaganda de los Grupos
Económicos, poseedor de las más poderosas herramientas de construcción de
agenda e influencia en la opinión de las personas, de todas las clases, edades
y simpatías. Ese aparato, que en el país encabezan las corporaciones
diversificadas Clarín y La Nación, les permite afirmar, si les conviene, que
llueve hasta cuando el sol raja la tierra o que la fuerza de gravedad eleva los
cuerpos. Del mismo modo que demonizaron a la ex presidenta Cristina Fernández
de Kirchner y alentaron la persecución de jueces y fiscales contra ella,
impulsaron las candidaturas liberales del macrismo primero, de Milei después.
No importa el análisis de lo discutido, sus empleados
comunicacionales, en el momento exacto en que se apagan las cámaras, anuncian
“GANÓ MILEI”, “SE IMPUSO BULLRICH”. No fue el caso del domingo; en cuanto
abrieron sus micrófonos vociferaron el desastre libertario; al día siguiente
las primera planas de sus ediciones digitales y papel lo confirmaron, eso sí,
con la desvergüenza de señalarle al derrotado lo que debió decir, como si no
hubiese interpretado un guión escrito por ellos.
Hasta que no se abran las urnas del domingo 19
Argentina no sabrá si, una vez más, vivirá en un intento de crecer, incluir,
distribuir, exportar, generar fuentes y puestos de trabajo que permitan vivir,
al menos, en la decencia, o si todo saltará por los aires, descuartizada por
una motosierra que, se vio, sería manejada por quien no está en condiciones ni
de debatir durante dos horas.
Desde la irrupción del afán presidencial de Macri,
también de Massa, se especula sobre las simpatías por uno y otro de los grandes
grupos y sectores económicos. “Círculo Rojo”, “Círculo Amarillo”, describen
supuestos agrupamientos; los vinculados al mercado local o al externo, los del
agro o la industria, los productivos o los financieros. De uno y otro lado
hicieron lo posible, una vez más, para que el futuro gobierno no tenga una
pizca de olor a peronismo, a práctica nacional y popular; hoy parecen
resignarse a que, tampoco lo lograron, ya se despegan de ese “fenómeno”
inesperado que se impuso, como los trillados “cisnes negros”, a los errores y
las prácticas dañinas del gerente general de SOCMA SA, y por un instante los
hizo soñar con ese feudo sin Estado y casi sin pueblo, porque allí entraría,
solo, un tercio de los habitantes.
Un sector importante del pueblo, otra vez una primera
minoría, levantó las banderas de la Nación, la justicia social, la
independencia; otra fracción se asustó al ver que empujaba con su voto hacia un
abismo en el que caerían con ellos, también, sus hijos y sus nietos… La
realidad mandó a parar.
Sin embargo, el monstruo
ya está aquí; el Dr Frankenstein viene haciendo su trabajo hace rato. Un mes
atrás parecía inevitable que su muñeco comenzase el asalto final. Como cada vez
sucede en este país del fin del mundo, la organización de la comunidad, lo
único que sobrevive cuando hay terremoto, peste o el desastre que sea, se puso
el trabajo al hombro, esta vez con la compañía de millones de hombres y
mujeres “sueltos”, “sueltas” que salieron a defenderse, con la boleta, la
charla, la pintadita. Es la reserva popular, la misma que se encargará de
defender el futuro y, también, de controlarlo.
* Periodista argentino. Investigador asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (https://estrategia.la/). Miembro de la Usina del Pensamiento Nacional y Popular.
Fuente: vhttps://estrategia.la/