A estas alturas, en todos los rincones de la Patria hay un analista político de a pie. La discusión sobre la realidad nacional se escapó del ámbito exclusivamente partidario y/o dirigencial para instalarse en todos los hogares y espacios públicos. Es imposible que, en la mesa familiar, en las conversaciones de café, en las reuniones del trabajo, no se especule con posibles escenarios, que no se imaginen futuros de grandeza o de decadencia definitiva, de cara al balotaje.
Escribe Rosana Forgas
El 19 de noviembre,
ya sin más vueltas, lo que está en juego es muchísimo más que una segunda
vuelta electoral. Se ponen en juego los destinos de un país que pretende salir
de la crisis para crecer y desarrollarse en democracia, versus uno que se
convierte nuevamente en una colonia, al perder hasta el atisbo más
insignificante de soberanía.
Escenario que se
plantea, como una triste paradoja, justamente el año en que cumplimos 40 años
de la asunción del Dr. Alfonsín, quién será recordado por ser el primer
presidente elegido por el voto popular después de la tragedia que significara
la dictadura militar. Ese querido y respetado dirigente radical que, no dudo,
no habría permitido que su partido fuera cómplice del exterminio macrista. Y
que, tampoco dudo, hoy se sentiría orgulloso de que un militante suyo, un
cuadro político de fuste, como Leandro Santoro, se bajara de la contienda
electoral de la jefatura de gobierno porteño.
Gestos
que no hacen más que reafirmar la convicción de que, (sorteando esta etapa tan
insoslayable como angustiante como es la que representan las elecciones
presidenciales), contamos con un futuro asegurado si pensamos en él, en Axel,
en Wado y en tantos otros jóvenes formados dentro del campo nacional y popular.
Ese campo que decidiera, hasta aquí con éxito, ser representado por Sergio
Tomás Massa.
Nunca
será más fácil elegir quién nos presidirá los próximos cuatro años si pensamos
quién (quiénes) tenemos enfrente. Un engendro diabólico surgido de las
desinteligencias, y/o de la incapacidad, y/o de la negligencia de un gobierno
que no supo capitalizar el caudal de votos que lo ungiera en 2019. Pero que, a
último momento, hace un año atrás, en medio de una fuerte conflictividad
política y social (y fundamentalmente económica) supo dar el volantazo y
reemplazar a Guzmán por Massa en el ministerio Economía.
Un Massa que luego de los resultados
adversos de las PASO, rápidamente asumió el timón, se cargó "la mochila de mariscal" y en un abrir y cerrar de medidas
pudo dar vuelta los resultados. Claro está que, ayudado por el impresentable de
Milei, quien, sin estructura ni escrúpulo alguno, inmediatamente, el domingo
convocó a lo que pretendería ser una nueva Unión Democrática: “todos contra el
kirchnerismo”, reeditando lo que fuera en 1945 ese amontone de partidos y de
voluntades de la que formara parte hasta el mismísimo Partido Comunista y que
se unieran para enfrentar al General Perón Un rejunte vergonzoso unido por el
espanto que tenía como único objetivo reunir al anti peronismo "paladar
negro" para derrotar al “peligroso enemigo”.
Situación
que, actualmente, más allá de las intenciones del libertario, parecería no
poder alcanzar el objetivo en virtud de las declaraciones de algunos sectores
del radicalismo y de la izquierda. Y de que Milei ve debilitado su discurso
“anti casta” al empezar a mendigar los votos de sus otrora adversarios (para
él, archi enemigos) y tener que disfrazar sus perversas amenazas al estado de
derecho con el rebusque de que se tratan de malos entendidos y
descontextualizaciones de sus macabras declaraciones y de las de sus también
impresentables colaboradores, (que ahora parecen culparse entre ellos por el
resultado del domingo pasado).
En
tren de seguir encontrando analogías entre el proceder de Milei y de la Unión
Democrática, conocer que los fondos buitres y el propio Mauricio Macri están
detrás del siniestro candidato de la ultraderecha, torna imposible no pensar en
Braden.
Lo
cierto es que parecidos o no, falta un largo trecho hasta conocer cuáles son
las definiciones que van a establecer los ciudadanos con su voto. Y al
periodismo de opinión y a los comentaristas aficionados como nosotros (como a
los indiferentes de la política), no nos quedará hacer otra cosa que militar
incansablemente para que este émulo de Bolsonaro, este pichón de Trump y sus
nuevos aliados, no cumplan su cometido de aniquilarnos o de condenarnos al
ostracismo por unos cuantos años, como ocurriera en el siglo pasado.
Pero,
en este hipotético caso, contrario a nuestros deseos de justicia social, de
independencia económica y de soberanía política, solamente sería por un tiempo,
hasta resurgir nuevamente reinventados.
Porque de lo único que podemos tener certeza absoluta, es
que mal que les pese a algunos, el peronismo es inmortal.