El accionar popular y la
presión del propio general Perón obligaron a la dictadura a evaluar una
reapertura institucional. La protesta laboral no cesaba, las puebladas se
convirtieron en hechos recurrentes, la movilización social y estudiantil se
multiplicó, al igual que las acciones guerrilleras, los simpatizantes de esas
organizaciones se convirtieron en millones.
Si el aramburazo y
la toma de la ciudad cordobesa de La Calera[1] atrajeron
la atención hacia sus protagonistas, la movilización generalizada y
antidictatorial, en gran parte desarrollada por los “frentes de masas” de la
Tendencia, colocaron a ese espacio en el centro del dispositivo electoral que
incluía el regreso del conductor, concretado el 17 de noviembre de 1972. Un año
antes, el ex mandatario desterrado había reemplazado a su “delegado personal”,
Jorge Paladino, por Héctor J Cámpora. Cambió a un dialoguista que negociaba en
favor del dictador Lanusse por un cuadro leal apreciado por los jóvenes, fue el
paso previo a designarlo como candidato presidencial para los comicios del 11
de marzo de 1973. Testigos directos de los hechos, como ya se señaló,
afirman que el “cambio de época” y la “repercusión masiva a nivel de la
juventud que había generado la ejecución de Aramburu”, instalaron el nombre del
dirigente de San Andrés de Giles en ese lugar.
Las propias “actas secretas” de la junta dictatorial dan cuenta de
los dos temas de mayor trascendencia para el régimen: el retorno del general
Perón que pasó por arriba la condición de instalarse en el país antes del 25 de
agosto del 72 (Acta 26/72, folios 1 y 2)[2] y
el creciente rechazo social a sus políticas y a la represión, potenciado
después de los fusilamientos de diecinueve militantes de Montoneros, FAR y el
ERP (3 de los cuales sobrevivieron a las balas y la falta de atención médica)
en la base aeronaval ubicada en Trelew, el 22 de agosto de 1972. Una semana
antes, las y los integrantes de las organizaciones armadas recluidos en el
penal de Rawson iniciaron la toma del lugar con la intención de producir la
fuga de 116 presas y presos propios. Una desinteligencia con el apoyo externo
hizo que sólo llegaran al aeropuerto 25 de ellos. El primer grupo, integrado
por los 5 principales dirigentes guerrilleros, logró embarcarse en un avión que
los llevaría al Santiago de Chile de Salvador Allende desde donde partirían
hacia Cuba. El resto, al no llegar a tiempo, tomó la estación aérea, demandaron
la presencia de periodistas, de un juez federal que diese garantías y de un
médico que verificara sus estados de salud, dieron una conferencia de prensa y
se entregaron. Una semana después, la Marina los fusiló.
En ese momento la dictadura, con seis años al frente del
Ejecutivo, en el tercer recambio de mandos y hostigada desde todos los flancos,
estaba en pleno proceso de descomposición. De los objetivos económicos que se
había impuesto, con supuestas metas de “modernización” y “racionalización”, ya
no quedaban ni los papeles y el castrense “disciplinamiento social” represivo
se había transformado en un verdadero estallido de participación, organización
y lucha.
La Masacre de Trelew impuso nuevas reglas de juego. Durante las
discusiones políticas previas, el régimen había captado algunas voluntades
supuestamente peronistas, tanto entre políticos del PJ como de líderes
sindicales, a algunos los cooptaron para tratar, una vez más, de avanzar hacia
los comicios con un “peronismo sin Perón”, a otros los convencieron de que el
general no regresaría ni sería candidato. La salud del líder, próximo a cumplir
77 años, también intervino como variable argumental o como una excusa para
quienes murmuraban que la “vuelta” que se proclamaba en las calles era
“imposible”.
La sangre derramada en la Patagonia alteró el clima. Las
vejaciones a los féretros del velatorio en la sede del Partido Justicialista de
avenida La Plata por parte del comisario Alberto Villar contribuyó a delimitar
el escenario, el Estado había masacrado a prisioneras y prisioneros igual que
en 1956 y las fantasías de un “gran acuerdo” se escurrían por las alcantarillas.
El Luche y Vuelve prendió como el fuego en las pajas de la sequía.
Los sectores que lo lideraron jamás entendieron que ese fuera el resultado
“circunstancial” generado por la “izquierda peronista” en un momento específico
de la vida política del país; por el contrario, lo consideraron el resultado
del proceso iniciado en el 55. Es muy probable que en un acto en homenaje a
Evita, bajo una lluvia de julio y en el estadio de Nueva Chicago, haya nacido
la consigna, síntesis precisa del método y del objetivo popular. Cuando Perón
pidió a sus seguidores que se dedicaran de modo casi excluyente a la campaña,
tras la convocatoria electoral de fines de 1972, Montoneros prácticamente
suspendió sus actividades armadas para centrarse en las acciones de superficie
con sus organizaciones de base y ocupó un papel central en la movilización que
condujo a la victoria peronista.
La administración de Lanusse no sólo fracasó en sus intentos de
negociar con Perón, sino que tampoco logró que el perseguido condenara el
accionar de las organizaciones armadas peronistas que apoyaban su legitimidad
en la proscripción del peronismo y el exilio forzado del líder. Por el
contrario, las alentó de manera explícita; en febrero de 1971 intercambiaron
notas y un mes después, en el “Mensaje de Perón a los compañeros de la
Juventud” del 23 de febrero, quedaron institucionalizadas como “formaciones
especiales” del movimiento. Meses más tarde reafirmó su accionar como un
mecanismo de presión sobre la dictadura para que se concretaran las elecciones
generales que, daba por descontado, ganaría el frente justicialista evitando un
enfrentamiento violento como medio de acceso del peronismo al gobierno[3].
Por fin, el 17 de noviembre de 1972, el aterrizaje en el Aeropuerto Internacional de Ezeiza Ministro Pistarini del DC-8 de Alitalia, Giuseppe Verdi, con el ex presidente General Juan Domingo Perón y sus 300 invitados variopintos, fue el símbolo del final de 17 años de proscripción y exilio del jefe del movimiento. De Madrid se había traslado a Roma unos días antes y desde allí, exactamente a las 20:25, hora del “paso a la inmortalidad” de Evita, comenzó el viaje que fue el éxito de casi dos décadas de resistencia popular y de una movilización final sin precedentes, proveniente de los sectores organizados en los barrios acompañados por contingentes obreros.
Abal Medina relata al periodista Miguel Bonasso que a la llegada
de Perón, ante las trabas de la dictadura a su salida del hotel ubicado en la
base aérea, “amagábamos con todo tipo de cosas. Algunas totalmente concretas”
como “la acción de grupos armados” con que podrían contar en caso de que las
fuerzas militares detuviesen al máximo dirigente político de la Argentina[4].
De hecho, unos 300 marinos de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) bajo
el mando del guardiamarina Julio César Urien se sublevaron en apoyo de Perón el
día de su llegada y dejaron evidencia de que en las Fuerzas
Armadas aún quedaban militares de tradición peronista, cuadros
“consustanciados con las luchas populares que se desarrollaban en esos años
entonces” y se negaban a “reprimir esas movilizaciones”[5].
El plan original, finalmente reprimido por la dictadura, consistía en dirigir
el contingente sublevado hacia la plaza de Lomas de Zamora, donde se
unirían a las columnas montoneras supuestamente concentradas allí para marcha
hacia la estación aérea.
El movimiento de “pinzas” incluido en la estrategia conducida por
Perón, contemplaba la posibilidad de lanzar “el paro activo” que proponía Rucci.
Tras romper el exilio, saltando por encima de los 25 mil soldados
desplegados en Ezeiza, el líder se trasladó a un chalet ubicado en la calle
Gaspar Campos de Vicente López, donde fue acunado por el afecto de miles de
personas. Una vez más, la juventud es mayoría. Parte hacia Paraguay y deja el
nombre de quien será cabeza de la fórmula frentista, su delegado personal,
Héctor Cámpora, el Tío, al que siguen con fervor y disciplina las multitudes
movilizadas.
El 11 de marzo de 1973 se contaron los votos, la victoria
constituyó un hecho político de importancia extraordinaria para el país, los 18
años de sacrificios de las mayorías populares para recuperar el gobierno son
prueba de ello. Además de la vuelta a la Constitución, el regreso de Perón y
del peronismo, la libertad de las y los presos políticos del régimen,
significaba un cambio radical en la dirección de la política económica
argentina, una vuelta de campana del modelo de sujeción oligárquica al
imperialismo con adecuación a las exigencias extranjeras. La consigna “Patria
sí, Colonia no”, nacida el viernes 16 de enero de 1959 de las gargantas de los
obreros en lucha del Frigorífico Lisandro de la Torre, renació en ese momento
en que la balanza pareció volver inclinarse hacia la independencia económica,
la justicia social y la soberanía política.
La fiesta que no fue eterna
El 25 de mayo, día de la
asunción del “gobierno popular”, fue una celebración única. El lapidario “Se
van y nunca volverán” dedicado por quinientas, seiscientas mil personas… a los
militares y al helicóptero que sacaba de la Casa Rosada a dos de los dictadores,
el almirante Pedro Gnavi y el brigadier Carlos Rey, pareció abrir el tiempo
eterno de la libertad, la justicia y la democracia.
Miles de militantes de la JP identificados con brazaletes negros y rojos se encargaron de la seguridad desde el Congreso de la Nación hasta la Plaza de Mayo y dentro mismo de la Casa de Gobierno, una vez que el fervor popular superase la capacidad de los uniformados que, de todos modos, no se privaron de disparar sus armas en distintas escaramuzas y dejar, como siempre, un saldo de muertos y heridos. El derrotado dictador saliente, al límite de su paciencia, intentó que el inminente ministro del Interior, Esteban Righi, ordenase a las fuerzas de seguridad reprimir a los manifestantes. Lejos de eso, desde los parlantes de la Rosada se escuchó la voz firme de un militante platense anunciar que había terminado el régimen y “a partir de ese momento, el orden lo garantiza la Juventud Peronista”.
Los uniformados no pudieron
desfilar, ni escoltar a la fórmula presidencial, totalmente desbordados por las
multitudes. De hecho, este cronista llegó hasta Balcarce 50 montado en el
carrier que conducía el general Manuel Haroldo Pomar, comandante de la X
Brigada de Infantería dependiente del Primer Cuerpo del Ejército con asiento en
la localidad bonaerense de La Tablada, designado a cargo del operativo
desbaratado. Fue evidente que el poder militar se retiraba en desbandada bajo
la sentencia del “nunca volverán”.
Cámpora todavía no tenía la banda presidencial sobre el pecho y la CIA ya estaba trabajando; la comitiva estadounidense incluía como “asesor económico” a William Casey, el futuro jefe de la central de inteligencia, quien debe haber anotado la capacidad organizativa del sector que acompañaba mayoritariamente al nuevo mandatario peronista.
La marcha gigantesca hasta el
penal de Villa Devoto que se realizó al término de los festejos fue otra
demostración de su inmensa capacidad de movilización y de su ascendiente
popular; esa misma noche impuso la liberación de los presos políticos,
mayoritariamente sindicalistas y guerrilleros, cuya excarcelación fue
acompañada en simultáneo con la firma de un indulto presidencial que dio
cumplimiento al mandato de la campaña electoral “Primera acción del Frente,
libertad a los combatientes”. El 27 de mayo se promulgó la Ley de Amnistía
debatida en el Congreso de la Nación.
El ministro
El ministro más destacado del gabinete nacional fue el titular de Economía, José Ber Gelbard, presidente de la Confederación General Económica, designado contra las intenciones del sindicalismo justicialista, que prefería a Antonio Cafiero.
La figura de “El Ruso” facilitaba la firma de un “Pacto Social” entre la Confederación General del Trabajo, el empresariado nacional y el Estado, por el que se acordaba la formulación conjunta y coordinada de políticas públicas sobre diversos asuntos específicos, como control de precios con aumento de salarios, generación de empleo, reformas laborales, modificaciones en materia de seguridad social, nueva ley de inversiones extranjeras, nacionalización del comercio exterior y promoción industrial y minera. Incluía reformas en el sector agrario, con aplicación de una renta normal potencial de la tierra y propuesta de reformas para favorecer el uso más intensivo el de la tierra, con cambios en la estructura rentística del agro e industrialización del sector.
Era el
regreso a líneas económicas nacionales y productivas, caracterizadas por un
Estado fuerte, con intervención en las decisiones estratégicas, regulador en la
puja con el capital privado en función de una mayor distribución de la riqueza.
A pesar del rechazo que causaba en importantes sectores del
Justicialismo y de las 62 Organizaciones Gremiales, con el apoyo de Perón,
Cámpora y los frentes de masas movilizados, el ministro pudo implementar sus
ideas básicas orientadas a una construcción de mediano plazo de un país
productivo, con un mercado interno fuerte, ventajas para el “compre nacional”
de productos, control y promoción del Estado en el desarrollo de industrias
estratégicas e impulso de usinas y represas, como la de Salto Grande, además de
favorecer a la pequeña y mediana empresa con activa participación oficial.
Impulsó una reforma financiera apropiada para las necesidades de inversión que
tenía el programa, acuerdos de promoción industrial para el desarrollo de las
provincias argentinas y de cooperación con distintos países de un “Mercosur”
todavía no constituido formalmente en ese momento. Todo eso sin recurrir al
endeudamiento externo.
Sus vinculaciones con el comunismo internacional, el
enfrentamiento con las grandes corporaciones extranjeras y la aceptación de
Montoneros, que veían en sus propuestas la posibilidad de construcción de un
modelo económico independiente para el país, le generaron rechazo entre sus
enemigos, a pesar del respeto y el apoyo de Perón.
Gelbard concretó la apertura de nuevos mercados sin fronteras ideológicas, como fueron los casos de Unión Soviética, China o Cuba, donde todavía circulan algunos de los Ford Falcon cuya exportación rompió el bloqueo estadounidense y cuya deuda condonaría décadas después Néstor Kirchner. Aquellos rechazos de la derecha nacional terminarían por expulsarlo del gobierno tras la muerte del líder ya convertido en presidente e iniciarían la persecución, legal e ilegal, que terminó con él en el exilio.
Se diluía, en medio de la tragedia, un proyecto de continuidad superadora de las políticas de producción y redistribución. Antes y en pocos meses, “el Ruso” se había convertido en el ministro que contribuyó a que la participación de los trabajadores en la riqueza nacional se elevara al 52% del PBI, tan alta como la del primer peronismo y superior a cualquiera en la historia del capitalismo Latinoamericano[6].
Ezeiza Pistarini
El miércoles 20 de junio del 73, el Boeing 387 bautizado Betelgeuse, como la estrella de la constelación de Orión, aterrizó con Perón y su comitiva nuevamente en Ezeiza. El resentimiento de la “fusiladora” le había quitado el nombre “Ministro Pistarini”, con el que lo denominó el justicialismo el 30 de abril de 1949; el gobierno constitucional de Raúl Alfonsín le restituyó en 1985 los honores al creador del entonces aeropuerto más extenso del mundo.
Poco interesados en los datos de la gesta de desarrollo estatal
peronista y en las posibilidades que se abrían a partir de la recuperación
peronista del gobierno, en el estrado destinado a que el general Perón hablara
a su pueblo --en los alrededores arbolados, el Hogar Escuela Santa Teresa, el
Hotel Internacional de Ezeiza y en las ambulancias gremiales supuestamente
alertas para cualquier emergencia sanitaria-- esperaban emboscados en las
sombras, cientos de matones sindicales, militantes del Comando de Organización
(CdeO), Alianza Libertadora, militares y policías retirados. Un ejército
pertrechado con fusiles de asalto belgas FAL, subfusiles Israelíes Uzi,
pistolas ametralladoras estadounidenses Ingram y subfusiles
argentinos Halcón.
Querían evitar que Perón se encontrara con una multitud jamás
vista en la historia política argentina, que en su mayoría fue acompañada,
organizada o transportada por Montoneros y sus frentes de masa. No fue
pertrechada militarmente ya que la conducción de la Tendencia no esperaba una
“batalla” sino la visibilización de un escenario que pusiera en valor el
desarrollo de los últimos años de lucha, la caída del régimen y el éxito del
“Luche y Vuelve” que ya tenía a Perón sobrevolando el espacio aéreo nacional.
El espacio de la Tendencia fue preparado para hacer una
demostración política, para una confrontación político-ideológica entre los
conservadores y los revolucionarios del movimiento, reflejada en la
movilización popular que expresaba el nivel y la diversificación de la
organización territorial, política y sectorial. Para algunos fue una
ingenuidad, para otros un acto de prudencia y una apuesta a la continuidad de
lo que expresaba Perón a lo largo de los últimos años.
El volantazo que daría el jefe peronista a partir del día
siguiente, con discursos de dureza poco habitual en él contra algún sector del movimiento,
y las acciones que desencadenarían, marcó el final de la historia, para nada
previsible pocos meses antes. Durante dos años el líder había mantenido un
intercambio epistolar y reuniones cara a cara entre con los jefes de unas
“formaciones especiales” que se habían desarrollado como herramienta de lucha
mucho más allá de los aspectos meramente militares, hasta conformar un espacio
integral, masivo, con un plan basado en la propuesta de “socialismo nacional”
instalada por el propio Perón y con programas y proyectos concretos elaborados
por equipos político-técnicos serios, comprometidos y de probada experiencia.
El aterrizaje en Ezeiza era la frutilla en el postre nacional y popular.
Por el contrario, con una cantidad de muertos y heridos, secuestrados y torturados, la matanza fue el anuncio del desenlace inminente de la coyuntura.
En el centro del escenario, un pueblo en marcha, organizado y seguro
del rumbo adoptado: modelo económico productivo con redistribución de la
riqueza, no alineamiento y fuerzas armadas nacionales bajo la concepción de
“pueblo en armas”, tal como lo venía predicando el conductor del movimiento
desde Madrid. Y, en uno de los extremos, representado por el palco tomado por
un sector sin representación popular pero con apoyo de colaboradores de Perón,
la banda armada que rompería a los tiros la concentración popular que
ellos mismos eran incapaces de convocar.
La probable “ingenuidad” mencionada, quizá fuese considerar
“obvio” que Perón, al ver que su prédica y sus acciones de los últimos años al
fin habían cuajado, abrazaría bajo su conducción al sector que había logrado
dinamizar un movimiento que, junto al policlasismo que siempre planteó, ahora
penetraba en las capas antiperonistas de la sociedad, con integración del pilar
territorial y sus extensiones sectoriales a la “columna vertebral” obrera.
Poderío de masas
Entre tantas pruebas del pensamiento peronista, negadas y tergiversadas por los exégetas de la derecha pro estadounidense, figura la “Actualización Política y Doctrinaria para la Toma del Poder”[7], formulada en 1971, en la que Juan Domingo Perón enfatizaba sobre la necesidad de promover a la juventud y otorgarle funciones decisivas, ya no en un “futuro” incierto sino en el presente de la etapa histórica.
Si hacen falta más elementos concretos, digamos que, con el
concurso del jefe del movimiento, los “jóvenes” de la “tendencia
revolucionaria”, en general referenciados en Montoneros y FAR, tuvieron una
cuota de poder inicial que les permitió acuerdos con los gobernadores de las
provincias de Buenos Aires, Córdoba, Mendoza, Salta, San Luis, Santa Cruz y
Formosa, con presencia en los ministerios del Interior y de Educación, y en las
conducción de las universidades nacionales, en especial la Universidad Nacional
y Popular de Buenos Aires, bajo el rectorado del profesor Rodolfo Puiggrós.
El propio Mario Eduardo Firmenich sostuvo en la entrevista que le
hizo Felipe Pigna en febrero de 2004 que la decisión política de Montoneros fue
“mostrarle a Perón un poderío de masas, de opinión pública, para decirle: ‘Vea
General, el proceso va por acá. No va por la vieja burocracia sindical. El
proceso político argentino, éste que lo ha traído a usted, viene por esta base
de masas que es esta juventud que opina esto, que se organiza de esta forma y
que tiene esta bandera’”. Por eso, “llevamos (a Ezeiza) enormes banderas de 50
metros de largo que decían ‘Montoneros’. Era un hecho histórico y nosotros
teníamos la voluntad política de dejar constancia de que había una dirección
transformadora del proceso que estaban marcando las nuevas generaciones. Por
eso movilizamos a toda la gente que pudimos del interior y de Buenos Aires”.
Señaló también que, para los organizadores de la masacre, “habrá sido absurdo
pensar que estos jovencitos pudieran copar el acto más grande de la historia argentina.
Lo copamos. El acto más grande de la historia argentina fue un acto, no digo
montonero, un acto peronista dominado políticamente por la expresión de los
montoneros”[9].
Años después, Roberto Perdía, otro de los miembros de la
Conducción Nacional de “la M”, describió al sector como “una fuerza
político-militar con fuerte arraigo de masas, que veníamos de protagonizar un
triunfo social, coronado con la victoria electoral y un gobierno popular”.
Montoneros había logrado conformarse como una “guerrilla de masas”, donde la
herramienta militar complementaba el despliegue territorial y la movilización
masiva.
[1] MONTONEROS: La toma de La Calera. Revista Militancia
Peronista para la Liberación, Nº 4 (Argentina, 5 de julio de 1973), p. 9. (https://cedema.org/digital_items/5047)
[2] MINISTERIO DE DEFENSA DE LA REPÚBLICA ARGENTINA: Secreto,
Actas de la Dictadura 1971-1973 (2022). (https://www.argentina.gob.ar/sites/default/files/actas-tomo-ii-73-final.pdf)
[3] BASCHETTI, Roberto: Documentos 1970-1973. De la guerrilla
peronista al gobierno popular. La Plata, 1995.
[4] PAGINA 12: Abal Medina cuenta las negociaciones del 17 de
noviembre de 1972 (www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-28201-2003-11-16.html)
[5] URIEN, Julio César: El guardiamarina y los suboficiales que
se sublevaron cuando Perón volvía al país (https://www.telam.com.ar/notas/202211/611177-dia-de-la-militancia-julio-cesar-urien-regreso-juan-domingo-peron.html)
[6] SEOANE, María: El burgués maldito. Los secretos de Gelbard,
el último líder del capitalismo nacional. (https://cedinpe.unsam.edu.ar/content/seoane-mar%C3%ADa-el-burgu%C3%A9s-maldito-los-secretos-de-gelbard-el-%C3%BAltimo-l%C3%ADder-del-capitalismo)
[7] PERON, Juan Domingo: Actualización Política y Doctrinaria
Para La Toma Del Poder (https://www.youtube.com/watch?v=K5qj3y9D1EM)
[8] EVA Duarte: Discurso 17/X/51 (https://www.youtube.com/watch?v=cMrVm7j4nzU&t=166s)
[9] PIGNA, Felipe: Lo Pasado Pensado (Capítulo 1: https://www.youtube.com/watch?v=6HkN0MKK0gU /
Capítulo 2: https://www.youtube.com/watch?v=3Lur4XKLBxQ
*El autor de la nota, Carlos Villalba, como millones de
argentinas y argentinos formó parte de Montoneros. Fue uno de los directores
periodísticos de Radio Noticias del Continente y Jefe de Política Nacional del
diario La Voz. Es miembro de la Usina del Pensamiento Nacional y Popular e Investigador
asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (https://estrategia.la/)
Fuente: https://avionnegro.com.ar/historias-militantes/setentaytres-peron-montoneros-y-despues-tres-el-tio/