Escribe: Carlos Villalba*
“…va rumbo al norte y al sur y al infinito/y al golazo de una sola vez
porque hay días y hay partidos y hay mundiales/ en los que todo eso es posible de una sola vez”
“Alegría” (fragmento), Ariel Scher [i]
Son las 6 de la tarde, o las
4, o las 12 del mediodía y se hace un silencio que aturde en un mundo redondo
como una pelota. El viento se paraliza, no vuela un grano de arena en esa
cordillera de médanos gigantescos. Se cuaja el aire y no lo roza ni el vuelo de
una gaviota, una alondra o de algún halcón; Los órix y sus cuernos,
las gacelas y los tejones de miel, se acurrucan bajo sombras desconocidas, los
dromedarios y los reptiles también. No se escucha un relincho.
Nadie presta atención a los 2 grados que hace en la ciudad, ni a la lluvia de siempre, molesta, gris. Los puentes se vacían por dos horas, de enamorados, y de suicidas también. No hay nadie que venda una crêpe, una baguette, y los vinos se contienen bajo los corchos.
Los 27 grados no son ni mucho
ni poco, ni frío ni calor, apenas una cuerda en espera, cada uno en su lugar,
el mismo asiento, los mismos bizcochitos, la yerba idéntica a la abierta
el 22 de noviembre y la cerveza y las milanesas, y las camisetas sin lavar y
los perros que entienden y se sientan donde tienen que sentarse…
Es la tensión del mundo
mundial, del Mundo del Mundial… Once contra once detrás de la pelota, diez para
meterla, uno para atraparla en un juego sin lógica, tan caprichoso como
hermoso, tanto que, a veces, se deglute hasta a los que jugaron mejor que sus
rivales, sean de Brasil, Portugal o de España. El mancillado en los escritorios
de la estafa y los negocios del poder; el que siempre termina límpido y
renovado detrás de la gracia de un quiebre de cintura, de una zurda
incomparable, de una diestra diferente, de un cabezazo extraterrestre, de un
pie que alcanza a evitar el tiro que hubiese sellado la injusticia.
Y, de golpe, 120 minutos
después, la arena estalla y las calles revientan y las gargantas se rajan y el
silencio se hace trueno y abrazo y beso y llanto y es de noche, es de día, hace
frío, calor; las calles se convierten en torrentes de multitudes. Es el día y
la noche del campeón, del que cortó la racha europea de cuatro al hilo y es el Mundial de Messi y el tercero de
la Argentina,
Es la noche o el día del segundo, el equipo francés, que no es “el primero de los últimos”, como engañan los bancarios de la pelota. En realidad es el que acompañó al ganador hasta la puerta misma de la gloria.
Cambia, todo cambia
Pareció una final del Tercer
Mundo, ese mundo en el que un grupo de grandes naciones y pueblos del Sur
planetario se hicieron fuertes… Un equipo de Sudamérica, con la camiseta de un
país empobrecido por las aves de rapiña, en el que, cuando cantan que otros “lo
miran por TV”, de verdad lo están mirando por las TV de las barriadas y las
villas y las pobrezas. Contra un equipo de, básicamente, afrodescendientes,
muchachos que llegaron desde otra pobreza o que fueron paridos en las
periferias de las riquezas por sus madres migrantes, repudiadas, como sus
padres apenas ocupados, marginados, discriminados… salvo que toquen la pelota y
la transformen en joya.
Pero no fue una final del Tercer Mundo, fue la Final de un Nuevo Mundo, ese en que las colonias no llegan a convertirse en naciones soberanas y permanecen como colonias que, apenas cambiaron las cadenas de hierro de la esclavitud, por las de la dependencia y la explotación. Eso sí, tiñeron las pieles de sus colonizadores; una diferencia con los argentinos, que sorprenden a los sabios de Estados Unidos porque no tiene “negros” en su plantel; tan ignorantes como usurpadores, no saben de Sarmientos ni Rocas ni Mitres, no registran que, en una misma guerra, la de la conquista de un “desierto” poblado de pueblos, en la que los negros de la esclavitud (y los pobres del campo) matando indios.
De este lado del Atlántico, o
en este hemisferio sureño, el mejor plantel del campeonato logró dar vuelta esa
historia en la que, hasta este domingo 18 los europeos se habían quedado
con los últimos cuatro mundiales; incluso, tres de esas finales fueron un
mano a mano entre equipos de aquel continente.
Buena parte de la prensa
argentina se enojó cuando el hijo de la argelina Fayza Lamari y el camerunés
Wilfried Mbappé Lottin, días antes del campeonato absurdamente jugado el Qatar
por un acto de corrupción también mundial[ii], afirmó que “En Sudamérica, el fútbol no
está tan avanzado como en Europa”.
En realidad la locomotora
francoafricana no hizo más que complementar la concepción desarrollada desde
Carlos Salvador Bilardo para acá, sobre la superioridad de los jugadores
argentinos que compiten en Europa, contra “los mejores del mundo”… Una verdad
que los Julián Alvarez o Enzo Fernández, convertido en mariscal del medio
campo, desmintieron en poco minutos, en Manchester, en Lisboa y, es obvio,
en Doha, donde obligaron a corregir una negación de años.
La pelota y la vida
Muchos ven en el fútbol una
metáfora del país, una expresión de la historia. Los análisis incluso comparan
“grietas” políticas con “solidaridades” futboleras. En realidad, es el deporte
que enciende al pueblo argentino; engancha a mujeres, hombres y diversidades, a
personas mayores y piberíos, a pobres y ricos, a decentes y trabajadores con
delincuentes y empobrecedores con los que, tal vez, hasta terminen abrazados en
alguno de los millones de festejos celestes y blancos.
La pelota, no importa si se
llama “Al Rihla” o “pulpo”, además de despertar pasiones, muchas veces canaliza
frustraciones, permite expresarse, reivindicar situaciones, denunciar
injusticias.
Este fue el Mundial de Messi,
por ser el mejor de todos, el del control de pelota único, de la sencillez de
pibe de barrio, quien parece absolutamente ajeno a las toneladas de
millones que genera cada uno de sus movimientos o de sus escasas palabras… Lo
compra el mercado, lo adora el mundo, que en tantísimos casos se convirtió
albiceleste.
Responde con lo que debe
responder, gambeta, precisión, genio, gol y gol y gol. Es el ídolo exacto del
tiempo que corre. El que solo se saca fotos con su esposa, con sus hijos, con
sus amigos. Como esa tarde inolvidable del Estadio Lusail, donde su equipo jugó
el mejor partido del torneo, y definió por penales un encuentro que debió
terminar en los 90 minutos y por dos goles de diferencia.
Esta vez, el Arco del Triunfo
se trasladó de París a la esquina porteña de las avenidas 9 de Julio y
Corrientes y a todas las esquinas y los hogares y las canchitas y los
hospitales y las cárceles y las chacras y las calles de un país que, durante 30
días, estuvo pendiente de una pelotita, y el domingo a las 14 y 27 estalló de
gol. Al otro día comienza la vida, como siempre.
Notas
[i] Alegría Por Ariel Scher
Ahora corre Julián Álvarez,
que va rumbo al norte y al sur y al infinito y al golazo de una sola vez porque
hay días y hay partidos y hay mundiales en los que todo eso es posible de una
sola vez, y, entonces, alguien que no olvida que, en otras cosas, anda entre
jodido y muy jodido grita «Argentina» y permite que los labios se le pueblen de
una fugacidad del portugués José Saramago que siempre sonará así: «El mundo de
la alegría tiene su propio y diferente sol».
Ahora lanza y corre Enzo
Fernández, que muestra su documento más que joven y también sus actos de
futbolista experto de una sola vez porque hay días y hay partidos y hay
mundiales en los que todo es posible de una sola vez, y, entonces, una señora
se abraza con quienes están al lado y con quienes ya no están y se llena el
paladar con una sentencia del español Antonio Gala que siempre sonará así: «La
alegría no es nunca solitaria, tiene que compartirse».
Ahora aguantan piedras y
vientos y pelotazos el Cuti Romero y Otamendi, que se elevan como cóndores y
resisten como búfalos de una sola vez porque hay días y hay partidos y hay
mundiales en los que todo eso es posible de una sola vez y, entonces, un veterano
le compra un gorro muy celeste y muy blanco a su nieta y le lee unos versos de
Mario Benedetti que siempre sonarán así: «Defender la alegría como una
trinchera/ defenderla del escándalo y la rutina/ de la miseria y los
miserables».
Ahora Messi mira al aire y le
avisa al aire que el aire es él, y toca al agua y le recuerda al agua que el
agua es él, y encabrita al fuego y le dice al fuego que el fuego es él y lo
hace de una sola vez porque hay días y hay partidos y hay mundiales en los que
todo eso es posible de una sola vez y, entonces, millones se enfundan con la
número 10 y cantan mil cantos que, en el fondo, son un tema de Divididos que
siempre sonará así: «Simplemente imagina un alegre en este infierno».
Ahora hay millones que
sienten que hay días y hay partidos y hay mundiales en los que la vida es lo
que traen Álvarez, Saramago, Enzo, Gala, Cuti, Otamendi, Benedetti, Divididos,
tantas, tantos y Messi. Hay días y hay partidos y hay mundiales en los que la
vida es pura alegría.
Ariel Scher escribió esta
maravilla apenas terminada la semifinal que Argentina ganó a Croacia por 3 a 0;
merece más que un epígrafe, como el de esta nota, por eso se incluye al pie de
la misma. El cronista, descarado, tal vez entrometido, se permite señalar que,
al leer la cita de Antonio Gala, pensó en Leonardo Favio y su frase «Me hice
peronista porque no puedo ser feliz en soledad”
[ii] CARLOS A VILLALBA: “El Mundial de
Messi: soborno, calor y negocio”
(https://estrategia.la/2022/11/18/messi-el-esclavo-mas-caro-del-mundo)
* Periodista argentino.
Investigador asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (https://estrategia.la/).
Miembro de La Usina del Pensamiento Nacional y Popular
(http://www.usinadelpensamientonacional.com.ar)