Gustavo Duch es escritor y editor de la revista Soberanía Alimentaria. En esta entrevista aborda un abanico de temas tan profundos como urgentes: el mito del progreso, la vuelta al campo, la sabiduría campesina, la transición energética y las falsas soluciones contra la crisis climática. “Lo rural bien entendido es el mayor desafío al capitalismo”, afirma.
Por Yayo Herrero*
Gustavo Duch (Barcelona, 1965) fue una de las personas que, a finales de los 80, fundó Veterinarios Sin Fronteras. Su dedicación se centra en la reflexión y acción sobre la cultura rural y el modo en la que ésta interpela a la cultura capitalista.
Hoy trabaja en un equipo cooperativo, El Pa Sencer, formado por cuatro personas que entre otros proyectos sacan adelante la revista Soberanía Alimentaria, colaboran con Micropobles, una entidad que organiza a 250 pueblos de Catalunya con menos de 500 habitantes y son parte de Alterbanc, un banco de alimentos alternativo comprometido con el propósito de garantizar el acceso a alimentos saludables y ecológicos a familias vulnerabilizadas.
Una parte importante de su vida se desarrolla en un pueblo minúsculo, cuida un huerto, unas gallinas e intenta participar todo lo que puede de la vivencia rural. Es colaborador habitual de CTXT. Recientemente ha publicado el libro Cuentos del progreso. Conversaciones con el pastor (Pol·len, La Floresta, Cataluña, 2021) y con esta excusa conversamos con él.
—Eres veterinario, activista y escribes textos literarios ¿por qué?
—Empecé a escribir incitado por Arcadi Oliveres. Me resultaba sorprendente
que las explicaciones que nos daba Arcadi y otras personas en espacios
compartidos, como la Federación Catalana d’ONGD, no llegasen a los medios
convencionales, que la mayor parte de la gente no tuviese la posibilidad de
conocer sus visiones. Le insistí a Arcadi que había que escribir y él me retó a
que lo hiciese yo. Poco después me di cuenta de que aquello sobre lo que
nosotras reflexionábamos o proponíamos no podía apelar solo a los datos, a lo
cognitivo. Teníamos que tocar el corazón, rozar las pieles. Las cosas primero
entran por el corazón y después vienen los argumentos.
—¿Por qué has centrado tu trabajo en lo rural?
—Fui un niño con pueblo. Siempre pasaba allí el verano, pero fue el trabajo
en el ámbito de la cooperación al desarrollo la que me llevó a reconocer sus
valores. Pude asistir a los primeros años del nacimiento de la Vía Campesina y
las reivindicaciones en torno a la Soberanía Alimentaria. Todo este movimiento
me conectó con la relación que se establece entre los campesinos y campesinas y
sus territorios. En realidad, me conectó con mi yo rural y, a partir de ahí, se
despertaron los valores éticos y políticos relacionados con ellos. Cuando el
vínculo afectivo con el río o las abejas adquiere dimensión política, algo muy
fuerte explota en nuestros cuerpos. No puedo evitar descubrir mensajes
políticos al hablar con pastores o trabajando en el huerto.
—¿Por eso tu último libro, Cuentos del progreso, se
plantea como un diálogo con un pastor? ¿Por qué los pastores?
—Y las pastoras. Porque, como dijo el poeta, no vivimos una época de
cambios, vivimos un cambio de época y es preciso hacerse las grandes preguntas
y buscar respuestas. El pastor representa a quien vive en contacto con la
naturaleza, de hecho duerme a la intemperie. Son personas que han sido
marginadas de la sociedad, es decir, ya tienen algo de refugiadas, algo que en
breve nos ocurrirá a todas. Están en trashumancia, en constante migración, y
ahora que migraremos de una civilización a otra, su mirada es esencial. Cuando
trato con ellos, me resulta inspiradora esa mezcla de ternura revestida de mal
genio, el uso del humor para transmitir sabiduría...
Foto: Gustavo Duch
—En un momento en tu libro dices: “La meteorología, como todas las
ciencias, dice que nos ayuda a progresar, pero ¿es un progreso dejar de
interpretar el cielo?”
—Aquí quiero cuestionar el mito del progreso en su dimensión simbólica. La
ciencia puede ayudar, claro, pero hemos perdido la virtud de mirar y saber
interpretar lo que nos dice el cielo. Delegar y perder ese conocimiento nos
desconecta de la Naturaleza y asienta un antropocentrismo que hace creer que se
tiene respuesta para todo.
—Te preguntas también si ante la que está cayendo no sería más sencillo
dejar de innovar...
—Los pastores o pastoras no dejan de inventar e ingeniar, pero en sus
trayectorias saben poner límites a esos avances. Por ejemplo, si tienen más
ovejas de las que pueden manejar, antes de resolverlo con cualquier “avance
tecnológico”, buscan a otro pastor que, a su vez, haga del cuidado de ese
rebaño su medio de vida. No entienden que haya granjas de miles de animales
gestionadas por un robot. Consideran absurdo cambiar medios de vida por
máquinas y con su práctica cuestionan el dogma de acumular dinero para sostener
la vida.
—Dice el pastor de tu libro: “Ya que no puedo evitar la extinción de
nuestra especie, colaboro en que otras no desaparezcan...”
—El pastor entiende de los ciclos naturales porque los sufre y los
disfruta, los vive. Y tiene claro que la vida se basa en la biodiversidad y en
una Gaia completa. El pastor siembra árboles porque será la sombra que sus
ovejas necesitan. Devuelve materia orgánica a la tierra para “abonar” los
frutos que ésta le entregó… Ahora que se habla tanto del agotamiento de los
fertilizantes de síntesis, él camina largos trechos con unos seres prodigiosos
que fertilizan la tierra y siembran semillas a la vez, sus ovejas.
—También dice que “el último árbol del planeta lo talará un proyecto de
energía sostenible”.
—El pastor dice que antes que renovar las energías hay que renovar la
sociedad. Pone en valor su fuerza de trabajo, que como la lana (con la que por
cierto está hecha la portada del libro), el calor de las ovejas o las heces de
las vacas son fuentes energéticas absolutamente ecológicas y renovables. Que no
todo pasa por la electricidad. Él dice que en nuestra cultura solo sabemos
hacer cosas si “estamos enchufados.” Es decir, nos advierte de que las
actuales propuestas de transición energética no cuestionan que lo principal
pasa por renunciar a ciertos privilegios. Tal y como se están planteando no
sustituyen a las energías fósiles. El molino es la imagen falocéntrica de una
daga, cual pozo de petróleo, clavándose en la tierra. Son proyectos que
consolidan los privilegios del Norte rico nutriéndose de los bienes expoliados
en el Sur, ahora con minas a cielo abierto. Y, desde luego, reproducen los
privilegios de lo urbano frente a lo rural. Como leí a John Burroughs, “sangre
arterial cuando ingresa, sangre venosa cuando regresa”. Pensemos que el ataque
a lo rural deriva de que el rural bien entendido es el mayor desafío al
capitalismo. En lo rural hay una fuerte autoorganización, se saben
resolver las necesidades vitales, no se depende exclusivamente de los que se
puede comprar… De ahí, me dice el pastor, de la ridiculización de la
cultura rural.
—En esta línea, dice el pastor: como la palabra sostenibilidad se ha
convertido en sinónimo de “mantener privilegios”, yo prefiero hablar más claro.
Hay que volver a la “sobriedad”, que fue la forma de vida propia del medio
rural.
—Sí, la sostenibilidad que (también) nos están “vendiendo” es una excusa
para “sostener” privilegios. Si de verdad se quieren disminuir las emisiones de
gases de efecto invernadero, dejemos de importar soja del Brasil para comer y
exportar carne barata o de aspirar con electricidad verde en lugar de barrer
con escoba. El lema del pastor es “dedicar más energía en vivir, no vivir con
más energía”.
—Otras afirmación tremenda que pones en boca del pastor es: “Se vendió el
mito del progreso, nos venden el mito del regreso, ergo la cuestión es vender”.
—En este momento en el que se habla tanto de vuelta al campo, esta vuelta
no “reVuelve” nada, al contrario es una nueva colonización por parte de la
cultura urbana. Y es peligrosa. Si se acaba con la cultura rural, la
posibilidad de recuperar formas naturales de vivir, será cada vez más difícil.
Debajo del discurso de la despoblación hay un relato que pretende que esa
“España vaciada” se pueda rellenar de cualquier cosa: macrogranjas,
infraestructuras energéticas o turísticas, vertederos… El problema no está en
que en los pueblos falte gente, sino en la España llena y su avance depredador
sobre lo rural.
—¿La cosa es entonces cuándo dejar de empujar para empezar a frenar?
—O ni una cosa ni la otra. La cultura rural no ha caído en los esquemas de
tiempo lineal. El tiempo es circular. El círculo es lo único que permite
caminar indefinidamente. No sienten la necesidad o la obligación de tener que
avanzar. A quienes llegamos de la ciudad a lo rural, esto nos cuenta mucho. A
mí me ha sido más fácil acercarme a las diferencias en la concepción del
espacio, pero es mucho más difícil en lo temporal. Mi vecino Magí, cuando dice
“no sé en qué día vivo” no usa una frase hecha, constata una realidad. Me gusta
defender el concepto de la DesCivilización y para este tránsito debemos
inspirarnos en las pastoras, en los pastores, en la gente dedicada a la
agricultura… Son las primeras actividades que situaron al humano a cierta
distancia de la Naturaleza pero hoy son, paradójicamente, las que pueden
permitirnos reconectar. Creo que la infancia debería tener pastores entre sus
referentes. Para aprender a reconocer plantas. Aprender a construir un muro
seco. Pastores como maestros o maestros pastores… Mi hija, cuando era pequeña,
conjugó muy bien realidades y ensoñaciones, decía que de día quería ser pastora
y de noche, cuando sale la Luna, astronauta.
—¿Cómo es la relación del pastor con los animales? ¿No es también una
relación instrumental antropocéntrica la que establece con ellos?
—Es una relación de sinergia, de reciprocidad. De hecho, en mi experiencia,
lo que he visto es que la pasión, sensibilidad y preocupación de los pastores
por el cuidado del terreno, la naturaleza y los animales es integral. El pastor
evita el sufrimiento pero no le da miedo la muerte porque la considera el
principio de la vida. La muerte forma parte de la trama de la vida,
aunque el progreso haya querido eliminarla de la ecuación. Superar el prejuicio
de la muerte nos ayudaría a crecer como sociedad.
CTXT o ctxt es un medio digital en español publicado por primera
vez en enero de 2015.