Escribe Lisandro Prieto Femenía
Si tuviésemos que hacer una referencia inmediata acerca de la
premiación más mediática de la historia del cine, intuitivamente recordamos un
cachetazo y un sinnúmero de interpretaciones y connotaciones sobre el mismo.
La gala desapareció, los
demás ganadores y trabajadores de la industria también, todos abducidos por un
fenómeno decadente que sirvió para aumentar de a miles seguidores de tres
personas, perjudicando a los demás presentes y, lo más importante, a la
audiencia, a la cual se le reafirmó un mensaje ético bien claro: los límites de
la comedia, ya resquebrajados por la cultura de la cancelación imperante, se
tienen que retraer aún más.
Para los griegos antiguos,
el “humor” era un estado de salud,
que representaba el equilibrio de cuatro líquidos que, cada uno, simbolizaba
algún elemento, a saber: la sangre (el
aire), la bilis amarilla (el fuego), la bilis negra (tierra) y las flemas (el
agua). De esta concepción proviene el vincular “estar de buen humor”, con “estar sanos”. Posteriormente la
traducción latina humoris significará
estrictamente el estado líquido o la humedad, que aplicada a la tierra
conformará al humus, la tierra fértil.
Como habremos podido
apreciar en la breve descripción etimológica, desde tiempos arcaicos hay una
estrecha relación entre el humor y la salud, puesto que
desde el empleo mismo del vocablo en sus inicios, se ha referido al estado de
ánimo fruto de un equilibrio armonioso de factores que lo determinan.
Otra cosa, aunque
comúnmente asociada al humor, es la “comedia”, palabra que en su conformación
etimológica griega se conformaba por la palabra “komos” (canción,
proclamación); “odé” (canción, rapsodia) y el sufijo “ía” que denota cualidad.
Lo que hoy entendemos como representación cómica proviene del género dramático
(opuesto a la tragedia) cuyo máximo representante en la Grecia antigua fue
Aristófanes (444 a.C- 385 a.C). El drama satírico acompañaba la
presentación teatral de dos tragedias en cada edición y su función era, en
pocas palabras, “bajar los ánimos” que quedaban exaltados por la intensidad del
drama trágico.
Ahora bien, todos sabemos
que existe un tipo de humor cómico ácido, también conocido como “humor negro” que es un tipo de comedia
satírica que busca provocar en el espectador un sentimiento confuso que se
mueve entre lo gracioso y lo desagradable mediante la ironía, el sarcasmo y, en
alguna medida también, la burla. Su consistencia esencial se basa justamente en
ser un género políticamente incorrecto, puesto que juega a torcer (y en algunos
casos, quebrar) el status quo establecido de lo “esperable”. Se podría decir
que la “gracia” de este humor consiste
en la disrupción de una “normalidad” para tornarla cuestionable mediante una
crítica cómica que pretende desvelar algo que está más allá de la simple
apariencia de los consensualismos triviales y banales.
En el marco de lo
precedentemente señalado, es que analizamos el papelón (para nosotros,
totalmente orquestado) de la gala cinematográfica norteamericana. Pero antes de
entrar de lleno a la farsa situada en Smith y Rock, haremos un breve repaso de
los bochornos oportunamente utilizados por la Academia para conseguir índices
de audiencia mayores.
En la Edición Nº 89 de los Oscar el legendario actor Warren Beatty cometió el “error” de nombrar a “La La Land” como la película ganadora del certamen, cuando en realidad el galardón debía ser entregado al film “Moonlight”. Lo que parecía ser una situación confusa, un error poco común en el guion de la gala, atravesó por un momento extremadamente violento: Jordan Horowitz, el productor de “La La Land” hizo a un costado violentamente al actor anciano que había cometido el “error” y de manera bastante agresiva y pretendidamente ofuscada indicó que la estatuilla no correspondía a su obra. La ridiculización que se realizó sobre los actores veteranos que “leyeron mal” la ficha no tuvo, por parte de la crítica biempensante portadora de la moralina posmoderna contradictoria, el menor reparo de naturalizar la idea de que hay gente demasiado vieja para hacer ciertas cosas.
Lo acontecido en la última edición, comentado, difundido, viralizado ad extremum mediante la factoría interminable de memes, no es un hecho aislado pero sí marca un precedente patéticamente lamentable.
Como suele suceder en la
imperante moral posmo-progre de la deconstrucción selectiva y la cancelación
sistemática, se puede avizorar, a pocos días de lo sucedido, dos
interpretaciones reinantes: por un lado, se sostiene que lo realizado por Smith
es una clara demostración de cariño hacia su esposa y una defensa primordial al
honor de su mujer y, por el otro, la clara demostración de un montaje mediático
que sirve a intereses publicitarios muy concretos de los implicados (incluso
del que recibió la puñeta).
Como siempre insistimos en
invitar a los amigos lectores a profundizar más sobre la superficie de lo dado
por la inmediatez y la avidez de novedades y nos preguntamos ¿qué
queda de esto, aparte del patético show?
·
Queda la naturalización de la
violencia ante el desacuerdo.
·
Queda establecido un precedente
que indica que cuando uno se encuentra en una situación en la cual el régimen
discursivo contextualizado permite ciertas bromas en el marco lícito del
montaje, uno puede responder con violencia física y ridiculización masiva sin
reparo alguno.
· Queda explicitada la vacua e
incoherente ética postmoderna que pretende disfrazar de justicia poética un
acto totalmente desagradable e ilegal (si Smith no fuese Smith, esa noche
hubiera sido arrastrado por muchachos de dos metros de altura hacia el callejón
trasero del edificio, y no precisamente para dialogar sobre lo acontecido).
· Queda evidenciada la total
fragilidad en la que ahora deben trabajar los comediantes: si todo ofende al
punto de recibir reprimendas físicas, el humor se verá condicionado severamente
(deconstruído, dirían algunos) y se perdería la libertad, propia del cómico, de
jugar con los límites de lo políticamente correcto y con la crítica capaz de
provocar risa mediante el estupor.
En fin, es preciso señalar que el humor ácido ha muerto. El posmo-progresismo burgués lo ha asesinado definitivamente en el montaje decadente de una supuesta representación de la defensa del honor de una persona en pos de una sensibilidad bastante hipócrita carente de sentido que apuesta siempre a cerrar las puertas de todo aquello que desafíe la agenda imperante de una moralidad subvertida y pretendidamente deconstruída.
Habiendo expuesto los riesgos que conlleva todo acto de violencia
que atente contra la libertad de expresión permitida en un contexto discursivo
con reglas claras, debo culminar la presente reflexión indicando
que quien comparte con vosotros estas líneas posee calvicie
hereditaria hace bastantes años y he sido objeto de burlas, comentarios y
sugerencias por parte que allegados y desconocidos, y jamás me vi en la
necesidad de ir repartiendo tortas por ello (y os aseguro que el día que
pretenda hacerlo, lejos de recibir ovaciones, seré fuertemente reprendido con
el peso de la ley).