(Imagen: Diferenciador)
Escribe Rosana Forgas
El mundo se divide, sobre todo, entre indignos e
indignados, y ya sabrá quién, de qué lado quiere o puede estar.
Eduardo Galeano
Ayer recibí un viejo texto que se hiciera viral hace unos años por su contundencia y que termina diciendo algo así como: Esta es Argentina, no trates de entenderla. Yo lo compartí, pero confieso que después me arrepentí.
Porque sí se la entiende. Nuestro país tiene
explicación si se deja de mirarlo con los ojos de los mercaderes de la
DESinformación, esos que resultan aún más patéticos en la medida en que
pretenden usar “el humor” como herramienta colonizante.
Leyendo los cuantiosos portales con los que cuenta la prensa hegemónica, si los que estamos inmunizados frente a la desvergüenza -y a la catervada de mentiras con que, cual matracas, distraen la atención de la realidad- a veces sucumbimos ante la impotencia, imaginemos cómo anulan el desarrollo de pensamiento crítico e incitan al odio y a la violencia a esa porción de la sociedad que por elección o por falta de oportunidades, anda desprevenida por la vida.
Los problemas por los atravesamos se entienden perfectamente si se deja de argentinizarlos, si se deja de confundir a la población con la mezquina y canalla deliberación que les exigen los espurios intereses de sus patrones: el poder real que maneja los oligopólicos medios de comunicación aliados a un sector de la política, de la industria, de la oligarquía terrateniente y de la Iglesia.Son los mismos protagonistas, los mismos apellidos que generaron las crisis más infames de la historia, despojando de derechos a la clase trabajadora que los sostiene y los enriquece desde siempre y a la que es necesario tener sometida con la falta o el exceso de información.
La crisis sanitaria que vivimos durante dos
largos años no fue sólo nuestra --ni la cuarentena tuvo nada que ver con
Auschwitz, como obscenamente señalara un dirigente de la obscena oposición
y que luego pidiera perdón--
Un ciudadano londinense, sudafricano o salvadoreño padeció el mismo miedo que uno que vivía en Humahuaca o en Neuquén. La sensación de incertidumbre y de angustia nos hermanó a los países desarrollados.
Lo que sí marca rotundamente la diferencia entre
los pueblos es la desigualdad que esta tragedia vino a desenmascarar para algunos y a confirmarnos su existencia a muchos otros.
La desigualdad que impide que el acceso a los
servicios esenciales -y no esenciales- sea equitativo.
La desigualdad que hace que un ciudadano que
vive en el norte argentino tenga una talla menor que uno que vive en el
sur.
La desigualdad que salva más rápido de la
muerte a las y los argentinos que viven en los centros urbanos que a los
que habitan las zonas periurbanas y/o rurales.
La desigualdad que nos muestra ancianos sin
dentadura y sin sonrisas en la Puna y con relucientes implantes a
sonrientes señoras mayores de Barrio Norte.
La desigualdad que logra que convivan niños
en los semáforos, hambrientos y deshilachados, con otros a bordo de sus
cuatriciclos y sus impunidades en la costa uruguaya.
Se entiende perfectamente a nuestra Argentina
sufrida y doliente que tuvo que atravesar los ´70 con gobiernos de
facto que hacen desaparecer personas y que nos mandaron a una
guerra absurda.
Gobiernos de alianzas radicales que no
terminan mandatos y huyen en helicóptero por terror al desconsuelo de un
pueblo estafado.
Gobiernos de escándalos faranduleros, de
miseria y despojo durante el monárquico régimen de un riojano cipayo y
entregador.
Y el desgobierno de los últimos cuatro años más dolorosos desde la vuelta a la democracia, cuando un hijo de papá que tenía múltiples PROcesamientos fuera elegido para que con sus ojitoz azulez -que enajenaban a las Essen de la Recoleta- y con el blindaje mediático más pornográfico que uno pueda imaginar, llegó entre muchas otras tropelías, a endeudar a varias generaciones con 45 mil millones de dólares. Fortuna colosal otorgada irregularmente por el FMI --cuya representante lo enamoraba-- en base a cifras que son la vergüenza de cualquier democracia y las que hoy debemos pagar, muy especialmente, con el sacrificio de los que están por debajo de la línea de pobreza.
Salvo que logremos demostrar que el pueblo argentino está
dispuesto a acompañar el proyecto de ley que presentó el Frente de Todos
pretendiendo poner la pelota en la cancha de esos algunos de aquellos que se
fugaron la guita de todos, se podrá avanzar.
Dependerá, en gran parte, de la sensatez de
nuestros representantes que parecen vivir en una realidad paralela - en
algunos casos más cercana a la que vive la oposición que en la que están
inmersos los trabajadores-. Y en gran parte también de nuestra capacidad
de movilización: de ser capaces de repetir la hazaña de los trabajadores
de la cultura, responsables --junto con los de la educación-- de abrir los
caminos del futuro de la Patria.
Tenemos,
una vez más, la oportunidad de ser activos protagonistas o meros espectadores.
Fuente: https://detodosdiario.blogspot.com/2022/04/opinion-de-eso-se-trata.html?m=1