“Hay dos panes. Usted se come dos. Yo
ninguno.
Consumo promedio: un pan por persona”.
Nicanor Parra, citado por el presidente electo Gabriel Boric,
en su discurso de la victoria.
Escribe Carlos Villalba*
Será el mandatario más votado de la historia chilena, en las elecciones con mayor participación; será el más joven de todos los presidentes de su país, con 36 años cumplidos, con precisión, un mes antes de su asunción el 11 de marzo próximo; es el más “progresista”, si es que el apelativo explicase algo… Todos esos datos son ciertos, sin embargo, no explican lo sucedido; no iluminan el proceso de participación popular y sectorial jamás visto en las tierras de los Salvador Allende, los Parra o los Neruda o de curas como los Raúl Silva Henríquez.
Desde hace casi 200 años Chile se llama Chile y hay distintos intentos de explicar el origen de un vocablo que se entrelaza con voces de los pueblos originarios. Por qué quedarse con alguna de ellas y no jugar con el “chili” con el que los aimara definían al «confín del mundo», el lugar “más alejando o más hondo de la tierra», o con la expresión quechua “chiri”, que conduce al «confín», la forma en que los incas denominaban al extremo sur de su imperio.
Cualquiera sea la acepción
que se elija, ese “fin del mundo” en el que los intereses transnacionales
ubican a la nación sudamericana, siempre estuvo en la mira del país hegemónico
del hemisferio, por sus bienes sociales compartidos (concebidos como “recursos”
por las corporaciones), por su proyección antártica y por su apertura a un
Océano Pacífico que conecta con el sudeste asiático y con una China cada día
más estratégica. Estados Unidos, además de encargarse de desestabilizar el
proceso de transformaciones iniciado por la Unidad Popular de Salvador Allende
en 1970, se ocupó de construir el llamado “Milagro de Chile”.
La experiencia, apoyada en el
terrorismo de Estado, con tortura, cárcel, campos de concentración del general
César Augusto Pinochet, la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y del
Pentágono de los EE UU, contó con el libreto Milton Friedman, uno de los
fundadores de la Escuela de Economía de Chicago, cuna de las políticas de libre
mercado, desregulación y supresión de cualquier tipo de procedimiento
compensatorio como los planteados por el keynesianismo.
La dictadura pinochetista se
extendió desde 1973 -con el derrocamiento y muerte de Allende- hasta 1990. Su
laboratorio económico llevó el desempleo, del 4.3% con el que se instaló en La
Moneda, a más del 22%; los salarios perdieron el 40% de su poder de compra y la
pobreza trepó del 20% en 1970 al 40% al terminar el régimen. El combo que
arrojó números macroeconómicos aplaudidos por el Fondo Monetario se completó
con reducción violenta del gasto público, privatización de las empresas
estatales, reducción de las protecciones arancelarias y fomento de la inversión
y la especulación extranjera.
Como resultado de esas
políticas, se produjo un elevado crecimiento de la desigualdad socioeconómica
que llevó a Chile a ubicarse dentro de las 26 naciones
más desiguales del mundo sobre un total de 156. Incluso, con datos de
2013, el Banco Mundial la ubicó séptima entre 191 países, apenas 5 escalones
por encima de las pobrísimas Haití y Sudáfrica[i] [ii].
La victoria popular del
domingo 19 de noviembre es la expresión de un conjunto de componentes que
permitieron sacar de abajo de la alfombra la verdadera situación del país,
desde lo económico-estructural hasta las concepciones ideológicas y culturales
acuñadas por décadas del pinochetismo y sus continuidades. La rebeldía
organizada de diferentes sectores, los jóvenes y las mujeres, los empobrecidos
y los pueblos originarios, llenó el cauce de un río que se llevó puesto a los
partidos tradicionales, empezando por el oficialismo de las corporaciones
económicas, construyó una Convención Constituyente sin parangón en el mundo y,
con las opciones electorales polarizadas, le dijo “no” a la ultraderecha y,
finalmente, desembocó en la figura que ocupó el espacio de la comprensión del
conjunto de demandas sociales.
El de Chile debe ser el
primer caso en el que las necesidades de distinto cuño y diferentes sectores
“construyen” a un Presidente y no en el que un candidato “convence” a un
electorado difuso. Esa realidad que debe poner a pensar a los sectores
nacionales y populares de la región que, en reiteradas oportunidades, ven pasar
las expresiones feministas, los malestares juveniles, los reclamos por los
precios de los consumos básicos, las protestas contra el extractivismo sin
límites o las luchas contra los salarios y las jubilaciones de hambre, como si
fueran postales navideñas, dolorosas pero efímeras, y no construyen el
auténtico programa de gobierno que la agenda social exige.
Los gobiernos de la desigualdad
Las desigualdades pueden conducir a distintos tipos de “catástrofes”, de orden económico, social, político. La disparidad entre países con similares niveles de desarrollo, muestra que las políticas y las instituciones que genera cada nación son capaces de influir en su evolución, disminuyéndola con medidas contracíclicas, o aumentándola, lo que indica la mala gestión de las autoridades.
Millones de chilenas y chilenos, consideran que durante el tiempo transcurrido desde el final del horror el manejo de la economía fue injusto, con un puñado de familias enriquecidas a niveles extremos, corporaciones con ganancias desorbitantes, salud y educación deficiente o inaccesibles, salarios por debajo de la media regional y con “retiros” jubilatorios miserables a partir de “ahorros” bajo control de “administradoras de fondos de pensiones” multimillonarias.
Más de tres décadas después del regreso a la constitucionalidad, la reducción de las desigualdades apenas mueve el amperímetro macroeconómico y carece de signos concretos en la vida real del pueblo chileno.
Hay que ser chilena o chileno, padre, madre o estudiante, secundario o universitario, para comprender cómo funciona el sistema educativo y cómo destruye la economía familiar de la población. En el marco de las directivas de la Escuela de Chicago primero y del Consenso (?) de Washington después, el pinochetismo le regaló el control mayoritario de la educación a los grupos privados, obligando al estudiantado a aportar el 75% de los recursos invertidos en el sector. Y el formato navegó hasta el presente; en el trayecto, sin embargo, la movilización sectorial dejó marcas que, en realidad, constituyen indicadores del estado subterráneo de las aguas populares.
En 2006, durante el primer mandato presidencial de Michelle Bachelet, se produjo la, para entonces, mayor movilización estudiantil de la historia, conocida como “Revolución Pingüina”, alusión a la forma chilena de referirse a los estudiantes de primaria y secundaria por sus uniformes, compuestos de camisa blanca y jumper azul oscuro, casi negro, semejantes a aquellos habitantes de los hielos y las costas patagónicas. Se produjeron cambios leves, sin alterar la estructura del modelo privatista impuesto.
Pero hubo un actor social que se hizo presente y empezó a mostrar al rey desnudo.
La calles existen (las alamedas también)
Junto a “La Camila” Vallejo,
la figura más reconocida de aquella pelea por una educación gratuita y de
calidad en uno de los países más caros del mundo para estudiar, apareció un
joven de 25 años, llegado de la zona preantártica de Magallanes, barbudo,
peludo, con chamarra verde olivo… Gabriel Boric, que asumiría un año después la
presidencia la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile
(Fech). Esa catapulta le permitió ser elegido diputado en representación del
Movimiento Autonomista por el 28º Distrito, en noviembre de 2017.
El estudiantado
desenmascaró en aquellas jornadas una de las peores caras de la
desigualdad existente en un país que, con cinismo, es presentado ante el mundo
como modelo a seguir.
No hay dique que frene la crecida
El viernes 4 de octubre de
2019, el Panel de Expertos del Transporte Público de Chile, un ente “técnico”,
supuestamente “autónomo”, creado por Ley, anunció un alza de $30 (unos, 3,5
centavos de dólar) en los boletos de “hora punta” del metro, que llegaría a
0,96 centavos de la moneda estadounidense a partir del domingo 6. El costo para
pensionados y estudiantes de los distintos niveles se mantendría en los
habituales $230.
Diez días después, otra vez
los secundarios, coordinados desde sus redes sociales, fueron el fusible más
sensible de la sociedad chilena. Enseguida se sumaron los universitarios y
comenzó la protesta; “por nuestros padres”, decían, que “ya gastan mucho dinero
en transporte”, explicaban, y llamaron a evadir el pago saltando las barreras
en las estaciones del ferrocarril urbano de Santiago.
En menos de una semana la
protesta escaló, hubo vagones destruidos, se suspendió el servicio, la policía
reprimió, con dureza. El 19 de octubre el presidente Sebastián Piñera, decretó
el Estado de Emergencia, poco después el “toque de queda” en diferentes
ciudades y, tarde piaste, terminó anulando el aumento. Con talento simio y
delicadeza de paquidermo afirmó que “Estamos en guerra contra un enemigo
poderoso, implacable, que no respeta a nada ni a nadie y que está dispuesto a
usar la violencia y la delincuencia sin ningún límite”. Era el sábado 20, fue
el punto de partida de para la movilización más grande que alguna vez haya
tenido el país, la que el 25 de octubre convirtió a la Plaza Baquedano en la
“Plaza de la Dignidad”.
Los desavisados, los miopes,
o los analistas a sueldo, se “sorprendieron” ante tanto malestar por unos pocos
centavos. Los manifestantes, que ya no eran solo estudiantes, sino decenas de
decenas de miles de mujeres y representaciones de diversidades sexuales, grupos
originarios, trabajadores y trabajadores, desempleadxs o no, artistas, familias
enteras, encontraron en esas “monedas” la puerta de escape a frustraciones,
injusticias, de rechazo a la ausencia del Estado en salud, educación, falta de
verdad y Justicia…
Exigían un modelo
socioeconómico más justo y eligieron la única herramienta a su alcance para
reformar un sistema que, para muchos, convirtió a Chile en una «empresa
privada».
Aquellas desigualdades, explotaron en estas broncas
El “gobierno-ejemplo”
internacional no pudo disimular más, quedó toralmente desnudo ante el mundo.
Suspendió la cumbre de líderes del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico
(APEC) y la Conferencia Contra el Cambio Climático (COP25), intentos de
mostrarse con el país del “primer mundo” que no era que debían realizarse en
las semanas siguientes
Ante las mayorías
incontenibles, que ya estaban transformando la realidad desde las calles, el
Presidente intentó trampear el tratamiento de sus exigencias con un “parlamento
constituyente”, que era el suyo, hasta que el 15 de noviembre capituló y firmó
el “Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución”. La movilización contra
las injusticias y la ausencia de políticas gubernamentales fue la verdadera
convocante de esa asamblea y no la Ley N.º 21 200, del 24 de diciembre de ese
año; torció la Historia del país, después de superar el último escollo de un
plebiscito que terminó de destruir la credibilidad del gobierno de Piñera.
Contra la Constitución de Pinochet
La participación popular se convirtió el despertador de una sociedad en la que, por ejemplo, los “demócratas escépticos”, quienes muestran “apoyo normativo” a la democracia pero no confían en ninguna de sus instituciones centrales, pasaron del 25% a constituir el 43% de la población durante la última década, de acuerdo al informe elaborado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD Chile) [iv].
No hubo una invasión al
“Palacio”, pero sí se tomó por asalto la Constitución de la dictadura, aquella
que, por ejemplo, permitía que el genocida andino fuese senador nacional mientras
se mantuviese con vida, sin juicio, sin castigo, sin memoria de todo el daño
causado, además de mantener al Estado en un papel residual en la provisión de
servicios básicos, aplastado por las decisiones del sector privado. De esa
acción surgió, primero, un modelo de Convención único en la región, con equidad
de género, garantía representativa para los pueblos originarios y para las y
los “independientes” que alcanzaran el apoyo previo del 0,2% del padrón. En
segundo lugar parió el castigo electoral a la derecha sentada en La Moneda y la
demolición de las representaciones partidarias tradicionales en los comicios
del 15 y 16 de mayo de este año.
El promedio de edad de las y
los convencionales es de 45 años, décadas por debajo de las medias
parlamentarias tradicionales; un porcentaje altísimo no pertenecen a las elites
políticas o económicas tradicionales, ni a partidos políticos. Ostentan, eso
sí, representatividades y liderazgos territoriales, ambientalistas o de género.
Sobre 155 escaños, 17
corresponden a los pueblos originarios, 48 a independientes de distinto cuño,
con más del 40% de quienes fueron electos en listas partidarias que no son
militantes de los mismos. La coalición oficialista obtuvo 37 de las bancas y
quedó lejos del tercio necesario (52) para influir en el contenido de la nueva
Carta Magna y de poder vetar artículos. Apruebo Dignidad, coalición de quien
hoy es presidente electo obtuvo 28 representantes, los independientes de
izquierda de la Lista del Pueblo 27 y los Independientes por la Nueva
Constitución 11.
La vieja “concertación” de
socialistas, democristianos y aliados, remozada en una “Lista del Apruebo” se
quedó con 25 escaños.
La derrota aplastante de las
coaliciones que gobernaron Chile durante los últimos 31 años diseñó un
escenario en el que brilla como estrella de los nuevos tiempos la representante
del Pueblo Mapuche, Elisa Loncón, como Presidenta de la
Convención Constitucional. Mujer e indígena, con sus 58 años, la
profesora, lingüista y activista mapuche arrancó su labor afirmando que la
Constituyente “transformará a Chile en un Chile plurinacional, intercultural”,
en ese “sueño de nuestros antepasados” de un país “plural, plurilingüe, con
todas las culturas, con todos los pueblos, con las mujeres, con los
territorios”.
Desde el palacio en el que
sesionaba antiguamente el Congreso, la movilización de los diferentes sectores
chilenos lanzados a cambiar la mochila liberal y neoliberal lanzaron el
anteúltimo mensaje, una foto de lo que sucedería pocos meses después, la
superación del pasado y la construcción de una nueva etapa.
Y la marea terminó reventando las urnas
Faltaba un paso, en realidad
dos, si se cuenta la primera vuelta electoral del domingo 21 de noviembre de
2021, que siguió a las “primarias” del 18 de julio, en las que se eligieron los
candidatos presidenciales. Los resultados de noviembre confirmaron la decisión
del electorado de abandonar a las coaliciones que sucedieron a Pinochet, sin
sepultar sus políticas.
El más cercano al presidente
Piñera, Sebastián Sichel, apenas logró el 12.78 %, menos aún que el
20.56 % que tuvo el espacio en la Constituyente. La continuidad de la
vieja “Concertación”, representada por Yasna Provoste, obtuvo
aún menos, el 11.60%, también por debajo de la perfomance de mayo
(14.46 %). El pasado se quedaba sin disputa presidencial y quedaron en el
ring la expresión neoliberal con discurso de ultraderecha del
Partido Republicano (PLR) creado y liderado por José Antonio Kast, con el 27,9% de los sufragios y el Apruebo Dignidad de aquel estudiante que peleó por los derechos de su sector una década atrás, Gabriel Boric que, en esa jornada, todavía muy joven aunque con los recortes capilares del caso, concentró las simpatías del 25,8% del electorado nacional.
Cómo se llega del menos del
26% de los votos a casi el 56% en solo 28 días? Cómo se salta de
1.814.777 a 4.620.671 sufragios? Cómo se produce ese fenómeno, con muy
poca estructura partidaria, desde el confín del mundo -que no por bello deja de
estar tan lejos de Dios como de la toma de decisiones-, cuando lo menos
agresivo que le decía el sistema de medios era: “demasiado joven” y lo más
peligroso: “comunista”?
Hay muchas, y muy buenas
respuestas, todas y cada una las fueron construyendo las chilenas y los
chilenos. Tal vez la más importante sea ese 1.250.000 de personas más que
sumaron sus votos en la segunda vuelta, subiendo un 8.3 % la
participación, del 47,33 % al histórico 55.65 %, en un
país donde no es obligatorio votar.
Probablemente la segunda sea
el rechazo, a la dictadura y sus continuismos gerenciales y también, a una
propuesta que, a la libertad de mercado extrema, ante una sociedad que conoce
en cuerpo y bolsillo sus consecuencias, le sumó el desprecio por todas y cada
una de las reivindicaciones por derechos de segunda y tercera generación. Dicho
en criollo: a las exigencias de cada uno de los sectores y grupos que lograron
expresarse a lo largo de las primeras dos décadas del siglo, desde el derecho
sobre el propio cuerpo hasta las reivindicaciones de formatos
productivos, culturales, ambientales de nuevo cuño.
En el debate anodino entre
los dos “finalistas”, Kast presentó una impecable imagen “presidencial”. Bien
trajeado, mejor peinado, de hablar pausado; fue lo más parecido a un
“inminente” mandatario y, tal vez, no haya sido la mejor idea “igualarse” a una
imagen hoy totalmente desacreditada y desgastada. De hecho, los análisis
reservados más serios, que tuvo a la vista este cronista, tras darle
“victorias” ajustadas al candidato de las derechas en los tres primeros
debates, concluyeron que en la aparición televisiva de diciembre había sido
superado con el 55% de simparías hacia su contrincante contra un pobre 28% para
su propia participación.
El televidente hasta puede haberlo emparentado con ese Sebastián Piñera de cuyas posturas siempre estuvo cerca y cuya fortuna aumentó “en plena pandemia”, según la poco comunista revista Forbes[v], que la calculó por encima de los u$s 2.700 millones. Se refiere al dueño, accionista, asesor, ex poseedor o fiduciante (ciego, por cierto) de, por ejemplo, empresas o sociedades como Banco de Talca, Citigroup, LAN Chile y LAN Cargo, Chilevisión, Colo-Colo, Farmacias Ahumada, Grupo Penta, las “homéricas” Inversiones Odisea y La Ilíada o la “virgiliana” Eneida S.a.r.l, Sociedad Agrícola y Ganadera Los Corrales, Parque Chiloé, las nada vegetales inmobiliarias El Mañío, El Canelo o El Boldo, inversoras como San Juan, Milenio, Santa Cecilia o Bancard, o la Hotelera Lago Ranco.
Al margen de esos parentescos
con los ingenieros de la transformación de una nación en una corporación, Kast
no privó a sus seguidores minoritarios de confirmar lo que querían oír, y de lo
que acusaban sus adversarios: ser de ”extrema derecha”, “ultraconservador”,
“pinochetista”, “autoritario”. “homofóbico”, “antiabortista”… Para no privarse
de nada, antes, había expresado el “Rechazo” a la reforma constitucional.
Si el río suena… y si se
tiene el diario del lunes, estaba claro que no podía ganar. Ante la opción, la
ciudadanía eligió, a él lo enterró con un “NO” rotundo en las urnas.
Participación y victoria
Chile festejó, de extremo a
extremo, en castellano, en mapudungún, en aimara, pueden haberlo hecho en
kawésqar, rapanui, yámana, quechua, kunza, kakán… Festejaron los pobres y los
constreñidos sectores medios, estudiantes y profesionales, pero, y sobre todo,
lo hicieron las mujeres, entre ellas las más jóvenes, y los hombres jóvenes,
fueron los grupos sociales, etarios y de género, que marcaron el camino,
expresaron sus ganas y sus broncas (incluso enfrentando las balas, de goma y no
tanto, los gases, las heridas, las pérdidas de la visión y de muchas vidas). El
río que arrasó al intento continuista y construyó la alternativa, le dio
contenido a la elección del domingo 19, empujó al candidato, no solo a la
Presidencia de la Nación, también hacia un plan de gobierno que transforme lo
que deba transformar y los contenga.
Como siempre, las prácticas
de gobierno serán las encargadas de mostrar si se define la participación
activa del Estado, la buena administración de los recursos, con distribución
justa y progresiva de las rentas, la concreción de sistemas que abarcan
educación, sanidad, previsión, energía, justicia y castigo.
Las números e urgencia
muestran que cerca del 70% de las mujeres y el 65% de los hombres de menos de
30 años que votaron los hicieron por Boric. En el mismo rango etario, la
concurrencia aumentó en la segunda vuelta el 10 y el 8% respectivamente, señal
de la importancia que tuvo la movilización puerta a puerta, teléfono a
teléfono, no solo de candidatos, sino de una ciudadanía consciente de lo que
había logrado a lo largo de años de participar, protestar, pelear, enfrentar y,
también, del papel que cumplió a la hora de las urnas.
El país, sus familias, sus costumbres, sus bolsillos, estaban en sus manos, las dirigían hacia los cambios o volvían a sus casas, en derrota, igualados para abajo, otra vez en manos de quienes convirtieron a su Patria en una empresa, como pasa en tantas otros países del hemisferio.
Chile enseña, a los propios, porque se
mostraron que podían terminar con la “pinochetizacíón” ideológica, la que
condujo a tolerar una economía de mercado, empobrecedora y desigualadora como
pocas, oculta tras las cifras de los tecnócratas que trabajan para las
corporaciones transnacionales y sus socios locales.
Para la región, constituye la
bienvenida hacia un nuevo eslabón en la cadena de recuperación de una Patria
Grande que, lenta, inexorable, se va (re)construyendo con los cambios de
gobierno que ya se están produciendo después de la contramarea que sucedió a
los avances logrados por Hugo Chaves en Venezuela, Evo Morales en Bolivia,
Tabaré Vázquez y Pepe Mujica en Uruguay, Rafael Correa en Ecuador,
Fernando Lugo en Paraguay, Néstor y Cristina Kirchner en Argentina, o de
Michelle Bachelet en el propio Chile, muy especialmente en la construcción de
un bloque solidario y supranacional.
Tal vez quienes mejores
lecciones podrían sacar de este giro histórico sean los gobiernos, que se
debaten entre la pandemia y las presiones de las corporaciones económicas, ni
qué decir los políticos con intenciones electorales. Unos y otros debieran
observar lo sucedido, comprobar la forma en que las necesidades de
las mayorías, tarde o temprano, encuentran el cauce para expresarse, muy por
encima de los bretes de las siglas partidarias, incluso de las candidaturas.
Los feminismos y sus luchas
por la justicia salarial, contra la violencia, el machismo y el patriarcado constituyen
hoy un actor de relevancia; sin embargo, los partidos mayoritarios de la región
no los contemplan como un factor determinante de sus planes ni de sus acciones;
en Chile, fueron motor del triunfo de Gabriel Boric. Trabajadores y
trabajadoras, empobrecidos, marginadas, no tienen cabida en la planificación de
las políticas públicas. El cambio climático es un relato de lo que no va a
suceder, mientras los hielos se hacen agua y las tormentas, sequías e
inundaciones, cada mes, son más severas. La solidaridad y “el buen vivir” son
demolidos por el individualismo y el consumismo.
América está surcada de ríos,
potentes, contaminados, embalsados… En Chile sonó el río y se llevó puesto todo
lo que se le opuso.
Notas
[i] Índice de Gini, estimación del Banco
Mundial. (http://iresearch.worldbank.org/PovcalNet/index.htm)
[ii] Cálculos del Banco Mundial basados
en datos de Milanovic´ 2014. Banco Mundial, Washington, DC. , https://openknowledge.worldbank.org/bitstream/handle/10986/25078/9781464809583.pdf?sequence=24&isAllowed=y)
[iii]
https://nortesur.cl/estructura-de-propiedad/
[iv] Diez
Años de Auditoría a la Democracia. Antes del Estallido
(https://www.estudiospnud.cl/informes-desarrollo/diez-anos-de-auditoria-a-la-democracia-antes-del-estallido)
[v] FORBES: Sebastian Piñera & family
(https://www.forbes.com/profile/sebastian-pinera/?sh=2e6e0fed7a75)
* Periodista
argentino. Investigador asociado al Centro Latinoamericano de Análisis
Estratégico (CLAE).. Miembro de la Usina del Pensamiento Nacional y Popular
(https://usinadelpensamientonacional.com.ar)
Fuente: https://estrategia.la/2021/12/22/chile-ensena-es-desde-abajo-y-desigual/