Por Rosana Herrera de Forgas (*)
Que la calidad de vida se construye es, hoy por hoy, una verdad de perogrullo. Pero no hay demasiado conocimiento sobre quiénes son los actores y cuáles son las herramientas que intervienen en esa construcción, muy especialmente en la actualidad, en que transitamos interminables meses desde que un virus pusiera patas para arriba al mundo entero aunque ya muy cerca de empezar lentamente a ponerlo de pie.
Por lo que entonces -como dicen los abogados-
resultaría meritorio, oportuno y conveniente que empezáramos el abordaje por el
principio, desde la definición, conociendo un poco más sobre este concepto del
que tanto hablamos y por el que tantos esfuerzos hacemos por alcanzar…O que
creemos que hacemos y entonces sentimos frustración al no lograrlo.
La definición que asumimos como más completa
es justamente la de la OMS que plantea que la calidad de vida es “la
percepción del individuo sobre su posición en la vida, dentro del contexto
cultural y del sistema de valores en el que vive y con respecto a sus metas,
expectativas, normas y preocupaciones”. Y aunque el tema de la calidad de
vida (o de la «buena vida») está presente desde la época de los antiguos
griegos (ya desde Aristóteles) la instalación del concepto dentro del campo de
la salud comunitaria es relativamente reciente, con un auge evidente en los 90
y con una aceptación cada vez más creciente en la actualidad.
Desde que nos anoticiáramos que un enemigo
tan letal como invisible aparecía en la lejana Wuhan, esta idea de la
importancia de la percepción del bienestar, empezó a crecer casi sin que
nuestros conscientes acusaran recibo.
Fue un proceso -está siéndolo aún- con todas
las etapas por las que pasa un proceso individual y/o colectivo frente a una
crisis de esta envergadura: información,
aceptación, cambio de hábitos, acostumbramiento, resistencia, incertidumbre,
miedo, negación, resignación y en este momento -desde hace apenas un par de
meses- podríamos ubicar al porcentaje más importante de la población mundial,
en la etapa de la construcción de un
horizonte, merced al éxito del programa de vacunación.
Y construyendo horizontes, inoculando futuro
-a la inversa de la política que instauran los medios de la prensa hegemónica-
se mejora ostensiblemente la calidad de vida de vida de los llamados grupos
vulnerables de una comunidad. En este caso, la compuesta por el personal
esencial, los adultos mayores y las personas con factores de riesgo que serán
los primeros en recibir la vacuna cualquiera fuera su procedencia.
Salud de la comunidad
Hablamos de la salud de la comunidad,
entendida no como una entelequia, sino como el grado de bienestar de un conjunto
de personas que comparten residencia, servicios públicos, espacios verdes,
lugares de recreación, etc, pero que tiene percepciones diferentes basadas en
sus necesidades individuales, por lo que los parámetros para medirla pueden
tener un gran nivel de subjetividad. (aunque los hay y muchos y fueron
internacionalmente consensuados y protocolizados).
Aceptando que la vida actual, que se caracteriza
por un aumento en la longevidad, no está necesariamente asociada a mejor
calidad de vida, conozcamos cuáles son los factores que influyen negativamente
en ella en épocas normales -mucho más desde que se instalara la pandemia por la
covid-19-:
- ·
el aumento de la frecuencia
y de la velocidad de los cambios (revolución tecnológica);
- ·
la inseguridad constante;
- ·
el exceso y/o el déficit de
información,
- ·
el desempleo (o el
multiempleo);
- ·
los cambios en la estructura
familiar;
- ·
la pérdida de motivaciones
Estos
factores-entre muchos otros- señalan los múltiples factores estresantes a los
que estamos sometidos la mayoría de los seres humanos... Porque está
palmariamente demostrado que el estrés
predispone a la enfermedad y deteriora la calidad de vida.
Es obvio que, sobre muchos de estos factores,
no podemos actuar para modificarlos, exclusivamente desde la participación
política.
Pero
si hablamos de la salud de las comunidades, debemos tener en cuenta que, siendo
un concepto de avanzada y representando la problemática de una complejidad
mayúscula, amerita un abordaje holístico,
integral, intersectorial e interdisciplinario. Y que, no obstante, si bien
incluye esa multiplicidad de aspectos a los que hacen referencia la definición:
aspectos subjetivos (o emocionales y/o personales) y objetivos (como los
orgánicos, los ambientales y los culturales), tiene a la vez, una gran
fortaleza que radica fundamentalmente en que pone al individuo y a su particular percepción sobre su entorno, en el
centro de la escena. Y además lo
“obliga” a compartir miradas con el otro, sobre cómo mejorar ese entorno
colectivo en el que está inserto: su cuadra, su barrio, su ciudad, su país,
para que ese entorno mejore y le facilite desarrollar actividades y ejecutar
acciones que contribuyan a construir el bienestar para sí y para ese otro que
es su vecino.
Y
para contribuir a ese cambio de paradigma, ayudarlo a salir del individualismo
salvaje, de ese mirarse permanentemente el ombligo y esperar a que sean sus
propios méritos los que le faciliten el crecimiento -meritocracia tan
alimentada por el neoliberalismo- es
fundamental que los gobiernos locales elaboren y ejecuten sus políticas
haciendo eje en el bienestar colectivo y no acentuando las asimetrías y
las desigualdades, enemigas acérrimas de la construcción que nos ocupa hoy.
Y es aquí donde la idea de la otredad se incorpora casi sin querer, porque debemos ser
capaces de sentir que no puedo edificar mi propio bienestar si ese
otro no tiene las necesidades básicas satisfechas, si hay chicos en situación
de calle, si hay ancianos sin remedios, si hay plazas sucias, si soy víctima de
la inseguridad, si no tengo agua potable, si no tengo transporte ni espacios de
recreación, si debo trasladarme a las grandes ciudades para recibir atención
médica, tantos otros dramas cotidianos
La esencia de este concepto, construcción
colectiva de más y mejor calidad de vida -acorde al imperativo e los
tiempos modernos- está en reconocer que si bien esa mirada individual de las
personas sobre su estado de bienestar (físico, psíquico, social y espiritual)
depende en gran parte de sus propios valores, de sus creencias, de su contexto
cultural y de su historia personal, hoy, como nunca antes, es gravitante su
protagonismo ciudadano.
Problemáticas sectoriales convergentes
Bajo este nuevo paradigma socio político y
sanitario, hay distintas problemáticas sectoriales a tener en cuenta, de
acuerdo a si el vecino pertenezca o no a alguno de los grupos vulnerables:
ancianos, discapacitados, embarazadas, niños y jóvenes en situación de calle,
enfermos crónicos, etc…
Porque es justamente en esas minorías
olvidadas por la agenda de los gobernantes, donde el pulso de las políticas
públicas que se ejercen sus lugares de residencia, adquiere capital importancia
en términos de bienestar personal y de nivel de satisfacción de sus necesidades. Pensemos que se trata de poblaciones pequeñas
que son más invisibles, cuantos menores recursos económicos poseen, por lo que
sus padecimientos no adquieren demasiada notoriedad pública fuera del ámbito
familiar o vecinal.
En este marco conceptual -al que nos conduce inevitablemente nuestra
mirada sobre la ciudad, la provincia y el país que queremos-, estamos
convencidos que desde los barrios, los municipios ("las patrias
chicas") es desde donde más y mejor se puede contribuir a la construcción
del estado de bienestar y con las herramientas que nos brinda la propia ciudad.
El ciudadano debe
sentir que el entorno que eligió para vivir -y en muchos casos para morir- le está brindando ayuda para construir esa
calidad de vida que lo está acompañando y atendiendo sus necesidades.
Y es ahí donde entendemos que es fundamental
sumarnos como comunidad a trabajar sostenida, organizada y sistemáticamente
para esa construcción, apoyando nuestro accionar en dos pilares:
- 1) la articulación intersectorial
- 2) la participación comunitaria
Desde el punto de vista de la operativización
es fundamental que lo hagamos desarrollando consciencia en cuanto espacio
público tengamos a nuestro alcance: en las plazas, en las escuelas, en los
clubes, en las bibliotecas…leyendo junto al vecino, cantando con él, haciendo
teatro, viendo cine, escuchando los problemas de su cuadra, poniéndole voz a
sus necesidades, intermediando ante las autoridades, asesorándolo según
nuestras experticias personales.
El arquitecto de este desafío es el proyecto
nacional y popular que nos ofrece el Frente Para Todos. Nosotros debemos ser
capaces de transformarnos en albañiles comunitarios y así poder contribuir a
gestar una nueva manera de pensar la política (una suerte de exorcismo al
discurso de la derecha) y de imaginar el futuro con la dignidad que nos
merecemos. Y, sobre todo, debemos ser capaces de poder avizorar ese horizonte
que señalábamos párrafos más arriba.
A la mirada ya la compartimos, por eso nos
estás leyendo, tal vez nos haga falta conseguir el consenso sobre los modos y/o
de encontrar un "talle universal" que nos contenga a todos y todas,
para entonces sí, empezar a soñar -aún en la vigilia- con la Patria que
queremos.
(*) Rosana
Herrera de Forgas es Farmacéutica. Especializada en Comunicación en Salud y en
Políticas Públicas. Especialista en Calidad de Vida en Relación a la Salud y en
Uso Racional de Medicamentos. Diplomada en Gestión de Organizaciones de Salud y
en Atención Farmacéutica. Integrante del
Directorio del INSTITUTO DE ESTUDIOS Y FORMACIÓN PARA LA IGUALDAD