Retomar
los sueños de las mayorías que quedaron inconclusos por el derrocamiento y
muerte del presidente Salvador Allende, el 11 de septiembre de 1973, es hoy
la gran tarea nacional: son anhelos por una democracia real, igualdad,
justicia social y derechos ciudadanos que no pueden ser contenidos
indefinidamente por los dueños del dinero que aprovechando los privilegios
que les dejó la dictadura mantienen en pie un modelo neoliberal que explota a
millones de hombres y mujeres vulnerables. Por Hugo Alcayaga Briss Cuando el
presidente constitucional cayó abatido en La Moneda por la conjura
militar-empresarial sostenida por el imperio yanqui, hace 45 años, se detuvo
un inédito proceso histórico que contaba con la entusiasta adhesión masiva
del pueblo y era observado con admiración en el mundo entero. En su lugar se instaló una cruenta dictadura que secuestró,
torturó y asesinó a miles de compatriotas junto con demoler un sistema
republicano que hasta ahora no ha sido restituido. Allende
siempre dijo que el objetivo de su gobierno era un socialismo adecuado a las
características socioeconómicas, políticas y culturales del país. Por eso
impulsó un programa de cambios revolucionarios destinado al desarrollo y
dignidad de todos, en un intento de hacer de Chile la primera nación llamada
a forjar una transición a una sociedad socialista construida de acuerdo a un
proyecto democrático pluralista y libertario. Ese
programa empezó a desplegarse en medio de la hostilidad del gran empresariado
tocado en sus intereses y la derecha política desplazada por la ciudadanía.
El ambiente enrarecido se convirtió pronto en una feroz conspiración –
desabastecimiento, mercado negro, atentados, sabotajes – tras la cual estaban
los golpistas armados y civiles solapados dependientes de la Casa Blanca que
veía cómo un pequeño país sudamericano escapaba de sus dominios. La
nacionalización del cobre fue el principal logro alcanzado por el pueblo (11
de julio de 1971, Día de la Dignidad Nacional). Era un paso gigantesco para
la independencia económica de Chile y significaba una potente señal de
soberanía frente a las grandes compañías norteamericanas que se habían
apoderado del metal rojo. Con ello, se obtenían los recursos necesarios para
los indispensables avances sociales que constituían la prioridad del gobierno
popular. Actuando
con absoluto respeto a una Constitución burguesa, se avanzó en la
estatización de los bancos y en la profundización de la Reforma Agraria, al
tiempo que se intervinieron diversas industrias y se creó el área de
propiedad social. Paralelamente se dio paso a la redistribución de la renta
nacional en beneficio de la masa trabajadora, una de las medidas que urgían
en busca de la equidad demandada por décadas. La clase
trabajadora fue pilar fundamental en el gobierno de Allende, que en su primer
gabinete ministerial incluyó a cuatro obreros. En su intervención en la ONU
en diciembre de 1972 el mandatario chileno dijo: “El progresivo papel de
dirección que asumen los trabajadores en el cambio de la estructura de poder,
la recuperación nacional de las riquezas básicas, la liberación de nuestra
patria de la subordinación a las potencias extranjeras, son la culminación de
un largo proceso histórico”. El paso
violento, a sangre y fuego – sin “transición” – desde un régimen democrático,
justo, igualitario y de derechos sociales, hacia otro antagónico, excluyente,
de sello capitalista, marcado por la concentración de la riqueza por unos
pocos, la corrupción y la impunidad, ha sido la experiencia mas traumática de
la sociedad chilena a lo largo de su historia. Ha pasado mucho tiempo pero
hoy siguen faltando unidad y resolución para romper el cerco antipopular y
abrir espacios a un Chile distinto a partir de una nueva Constitución
elaborada por una Asamblea Constituyente, lejos de la dictadura mercantil que
controla al país y su gente empobrecida. Con el
ejemplo de Allende en la memoria – su trayectoria, su afán incansable por las
clases postergadas, sus esfuerzos unitarios, su coraje y consecuencia – es
hora de comenzar a estructurar un sólido movimiento alternativo de base
popular. Allí se impone la participación prioritaria de las organizaciones de
trabajadores, fuerzas sociales, pobladores, estudiantes, mujeres y la nueva
generación de políticos jóvenes de manos limpias que aparecen generando
expectativas. El legado
patriótico de Allende está enraizado profundamente en quienes comprendieron
la magnitud de su mensaje en beneficio del pueblo. Su nombre se proyecta
hasta estos días asociado a los cambios radicales abortados por la felonía y
la traición, y sus conceptos revolucionarios constituyen un desafío para
iniciar la reconstrucción de una democracia plena, por cuya defensa el
presidente heroico entregó su vida. Fuente: https://www.resumenlatinoamericano.org/2020/09/10/chile-el-legado-patriotico-de-salvador-allende |