Pandemia
"EL PÁNICO ES EL PRINCIPAL PROBLEMA EN ESTOS DÍAS"
Alejandro Kaufman |
Lo afirma Alejandro Kaufman, crítico cultural, en una entrevista publicada por la Agencia Paco Urondo. El ensayista y escritor Mariano Dorr lo entrevistó sobre pandemia, miedos y pánico. "A través de los discursos públicos es como se tramita el pasaje entre miedo y pánico", analizó Kaufman.
Por
Mariano Dorr
En
la primera semana de marzo de 2020 conversé con el profesor universitario,
crítico cultural y ensayista Alejandro Kaufman sobre la comunicación
contemporánea. Fue un diálogo intenso, con muchos matices en la elaboración del
pensamiento que intenta escapar al lugar común, a lo dado por obvio. Quizás sea
ésta una de sus características principales en su intervención en ese foro
público que es Twitter. Mover al pensamiento, empujarlo al lugar menos pensado.
Construir un punto de vista, un lugar de observación incómodo que pone en
entredicho lo asumido como ya sabido. En aquella entrevista de comienzos de
marzo tuvimos algunos problemas técnicos. Buena parte de lo que conversamos se
borró. Esto me hizo pensar en la manera en que el propio Kaufman borra sus
propias intervenciones en la red social de pajarito.
Cuando
queremos recordar lo que escribió, corremos a ver si aún está allí y muchas
veces nos encontramos con que todos los tuits fueron eliminados. Es una manera
de seguir muy de cerca, casi en un susurro, la coyuntura política y social que
va abordando día a día. En este momento hay 5.969 cuentas que lo siguen. El
tema que está pensando en estos días tiene que ver con la cuestión del
pánico y el estado de excepción. En un tuit de estos días escribió: “Peor todavía
que la furia de escribir y hablar ahora en pánico va a ser soportar los libros,
videos, filmes y tesis del futuro”. Pandemia y pánico son términos que podrían
relacionarse por su origen griego. En “pandemia”, el prefijo “pan” viene del
griego “todo”, en cambio, “pánico” tiene que ver con el dios griego Pan, que
causaba estruendos en la natureleza, ruidos, miedos, espantos, pavor, terrores
desconocidos que daban lugar al “pánikón”.
APU: ¿Cómo se
observa el pánico? ¿Cuáles son los signos del pánico en nuestra actual
situación de pandemia por coronavirus, que, por otra parte, no es la única
epidemia, ni en nuestro país ni en el resto de las regiones en el mundo?
Alejandro Kaufman:
El pánico encubre sus signos, no se separa de ellos, es uno con sus signos, por
eso es tan extremo y peligroso, porque da lugar a un estupor hiperactivo y
violento, un estado de extravío destructivo. Toda lógica de gobierno y poder
pretende someter al miedo y sabe que el pánico es su oponente invencible, su
destino exorbitante. A nada teme más el poder que al pánico, y a la vez
necesita suscitar y gobernar el miedo, corriendo el riesgo de que el miedo se
torne en pánico. La astucia del poder en nuestros tiempos es que no parecen ser
los gobiernos quienes proceden al respecto sino eso que por algo se llama
cuarto poder, como si no tuviera relación con el gobierno, como si fuera algo
ajeno y crítico de los gobiernos en términos libres. Tal configuración nacida
de la emancipación hay sido cooptada como su contrario.
No
hay pánico en la actualidad que no tenga su correlato en el llamado cuarto
poder. A través de los discursos públicos es como se tramita el pasaje entre
miedo y pánico. Probablemente sea un dispositivo en cierta condición de
agotamiento, dado que están apareciendo gobernantes que de nuevo realizan en
forma directa la labor y proceden suscitando miedo y corriendo ellos mismos los
riesgos. Se enfrentan entonces en forma aparente con los medios, como sucede
con Trump, Bolsonaro y tantos otros. Fueron producidos por el dispositivo
mediático y ahora se lo devoran. Trump amenaza directamente por Twitter y hasta
entra en litigio con la propia corporación de la red social. Ese es el contexto
en que estalló la situación que atravesamos, en la cual cualquier ponderación o
llamado a una sensatez pragmática, protectora o cuidadosa se enfrenta con el
desborde. Desborde que no nació ahora, sino que cosecha odios y violencias
precedentes, que ahora se estructuran de diversas maneras. No es el caso ahora
de ver qué respuestas se producen en particular. Son muy diversas y dan lugar a
falsos debates. Ante el peligro casi cualquier conducción orientada hacia un
propósito requiere ser obedecida a fin de evitar males mayores. Salvo extremos
o evidencias que no siempre están disponibles, tal aseveración debería ser suficiente
para el caso. Lo demás se sabrá cuando todo esto pase, tarde o temprano. Se
reconstruirá e investigará qué fue lo que pasó sobre la base de un saber futuro
sobre qué terminó ocurriendo. Así, un signo del pánico es esta imposibilidad de
conversar sobre el presente que nos aqueja y que en parte se manifiesta, otro
signo, como una producción masiva de discurso, a la que no somos ajenos, y que
encubre la necesaria escucha de las palabras. Ensordece. La fuga hacia adelante
es por sobreabundancia de palabras. No obstante, el silencio tampoco parece una
salida. De modo que nos queda deslizarnos por ese colosal oleaje tratando de
que no nos arrastre.
APU: En los
últimos días los periódicos se empeñaron en reunir el “pensamiento” de los
filósofos contemporáneos sobre el quiebre del orden mundial debido a las
cuarentenas obligatorias en casi la totalidad de las grandes ciudades del
mundo. Sin embargo, cuando leemos los aportes de autores como Zizek, Preciado o
incluso Agamben, pareciera que el resultado es siempre insatisfactorio. ¿Hay
una especie de urgencia por pensar el presente? ¿Cómo plantear hoy una
ontología del presente, precisamente cuando el presente mismo parece estar en
estado de evanescencia?
AK:
Lo insatisfactorio de tales resultados no tiene relación con el presente sino
con el pasado inmediato y nos señala que no había grandes compromisos que nos
pusieran a prueba a quienes trabajamos con las palabras, cualquiera que fuera
la posición autoral, editorial o mediática de que se tratara. De pronto,
estalla una experiencia sobreabundante que detiene y supera a todo lo conocido
e instala una condición de impredictibilidad supina, de modo que la mayoría de
los discursos no solo siguen un impulso de inercia, de fuga hacia adelante,
como decía antes, es decir, un efecto de repetición casi automático que no
tiene relación con las mejores o peores razones que se tengan, sino con lo
inabarcable de la situación, cuyos límites son inciertos. Se sabe
aproximadamente cuándo comenzó pero eso tampoco está claro en tanto se
produjeron todas las divergencias e incredulidades que conocemos y prosiguen de
diferentes maneras, desde la desafiliación de EEUU a la OMS hasta la
preocupación por los rebrotes, la supervivencia económica de las sociedades,
las vacunas y los tratamientos. La lista es interminable, de incertidumbres y
temores.
Lo
que nos urge es sobrevivir en todos los sentidos de la palabra, tanto en el
plano obvio de la salud y la vida, como en cuanto a la prosecución de nuestros
menesteres laborales, profesionales o cualesquiera que sean. Nadie sabe en un
estado general de pánico qué hacer ni hacia dónde ir. Por eso volveré a
insistir siempre que pueda en que el pánico, aunque se lo advierta las menos de
las veces, es el principal problema en estos días, y abordar sus consecuencias
para intentar atenuarlas, un objetivo prioritario. Para situarnos en el
presente, en fin, lo primero sería reconocer su consistencia justamente,
definir la presencia de lo que nos habita, su materialidad. Evanescentes son
los estados de pánico porque no se pueden sostener por mucho tiempo y son
desrealizadores. Al fin concluyen por agotamiento, cualquiera que sea el suceso
viral. Finalizada la fuerza pánica habrá otros afectos, aun cuando la
suscitación de los temores masivos prosiga intacta, como está ocurriendo con
los discursos públicos. No hay modo de saber qué sucederá. Solo concentrarnos
en el presente, en habilitar y ponderar una escala habitable, y por lo tanto
precavida, solidaria, convivencial, ahora y aquí: tal me parece un afán
necesario. Que no muera nadie es un propósito del presente absoluto.
APU: La
cuarentena, al menos en los grandes centros urbanos, parece haber puesto a la
sociedad en estado alerta y vigilancia de sí misma. Las autoridades llaman
explícitamente al ejercicio de esta vigilancia mutua. ¿Cómo pensás el avance de
estos microfascismos y qué huellas podrían dejar en nuestras sociedades en
términos de una ética de la delación y la persecución de las formas de vida de
lxs otrxs?
AK:
También en este aspecto vemos la continuidad de dispositivos que anteceden a la
actual situación y que ahora no tienen adónde aplicarse. En cuarentena hay
menos eventos violentos, menos delitos, menos inquietud por las incertidumbres
de la vida urbana, todo ello sustituido por este hiper o mega objeto viral (que
no es el corpúsculo biológico, sino el conjunto de relaciones y consecuencias
que le son concomitantes). Es cierto como motivo de preocupación el estado de
excepción que nos inhabilita para la vida política común, aunque a la vez deja
en manos de las conducciones políticas, de los gobiernos, la conducción de los
acontecimientos. Contra lo que se repite, son los estados soberanos quienes
gobiernan lo que sucede. Invocan a la ciencia pero toman las decisiones en
términos políticos. Cuando Alberto Fernández habla todas estas semanas en
primera persona, lo hace como presidente, como gobernante, nunca se ampara en
los asesores científicos, más que como evidencia que le confiere un apoyo
conceptual, pero no gobiernan ellos. Para empezar los gobernantes determinan
quiénes son los asesores entre diversos que podrían serlo. Al enfrentarnos con
una condición plena de incertidumbre, no hay unanimidad en el campo del
conocimiento, lo cual supone entonces la necesidad de mentes políticas que
intervengan como tales. Es por ello finalmente que en distintos países se adoptan
comportamientos muy diferentes y hasta antagónicos pero tal divergencia tiene
un carácter político. Todo esto dicho sin perjuicio del problema de la
financiación y el apoyo de los estados a la investigación científica, que tiene
también su alcance, pero no lo es todo ni en todas partes del mismo modo. Dejo
esto dicho al menos como propuesta para pensar y discutir.
APU: Por
último, ¿por qué no o -si lo hay- por qué sí habría algo así como un Principio
Esperanza, para usar la fórmula de Ernst Bloch, en medio de todo esto que nos
acontece?
AK:
Digamos que la propia referencia no es lineal, como sabemos, ni fácilmente
situable en la misma proyección que proponía. Después de las tempestades sale
el sol y la vida continúa, ¿no?: si se sobrevive a las calamidades la vida
seguirá su curso. El problema de fondo es uno que todavía no hemos resuelto: la
disposición de nuestra civilización, cultura o forma de vida, como se la quiera
llamar, a hacer de nosotros, de nuestros cuerpos, de nuestra existencia, algo
que no reconocemos como propio, algo que tiene tal carácter abismal y demoníaco
que nos resulta inconcebible. Los grandes eventos del horror del siglo XX
parecieron haber cesado y pertenecer al pasado, pero dejaron su impronta de
manera indeclinable. Podemos refugiarnos en alguna zona de la experiencia en
procura de amparo, pero cualquier conato de compromiso con la existencia, con
lo viviente y con el mundo nos enfrenta con el horror. Buena parte de lo que
llamamos cultura tramita una convivencia conforme con el horror. Tal vez fue
Kafka quien tuvo tanta fortuna expresiva al decir que esperanza hay, pero no es
para nosotros. También lo que traducimos como esperanza en castellano pierde en
parte el componente del vocablo alemán, en cuyo sentido tiene mayor peso que en
nuestra lengua la fe, la creencia, la confianza. Esperar es creer, y en ese
sentido sí podríamos definir un presente adelgazado, empobrecido, pero aun
viviente, pendiente de la respiración, o sea ¿agónico? El paso de la
respiración es el tiempo del instante. Respirar –cuando nos sustituye para tal
fin una máquina y el espíritu en tanto aliento se enajena-, ha pasado a ser un
gran significante de estos días, entre Floyd, Mbembe, el antropoceno y la
crisis de los respiradores.